Desde que el avión en que llegue a Venezuela de México Tenochtitlan con mi madre, viajamos de   la Colonia Roma, Calle Yucatán en el D.F., iniciándose mi venezolanidad, aun divagaba entre mis felices vivencias en la pequeña casa donde vivía mi abuela María de Jesús  Mendoza de Licea, madre de la venadita mi mamá, simultáneamente aún sentía entre mis manos el balde de agua que   llevaba  a los jugadores de futbol americano, tras cada tiempo que pedía el tío Jacinto Licea en los tiempos que pedía  cuando algún jugador se lesionaba, él era coach de las Águilas Blancas del Poli, era feliz entre aquellos jugadores guinda que ponían toda su alma en cada jugada, ver volar aquel balón lanzado en el aire y ver como lo atrapaba otro jugador era un momento inolvidable,  al verme cuando iba corriendo a la bancas decían aquí viene Lalo  a refrescarnos, me extrañaba que nunca la tomaban el agua fría  sino se mojaban  la boca y la escupía al césped, casi siempre ganábamos y regresábamos a Azcapotzalco al Politécnico entre cantos y vítores a comer ricas tortas y tacos.., aún divagaba entre esos recuerdos que me ataban México, cuando llegue de sopetón al aeropuerto casi recién inaugurado de Maiquetía,  tras la caída  de la dictadura de Pérez Jiménez en 1958, me sentí secuestrado ese 1960, donde me esperaba mi padre con guayabera habanera como su ingenuo comunismo con la  ciega adoración a Fidel Castro y a la revolución cubana, como era propia de gran parte de los intelectuales del país y  Latinoamérica. Ya por eso había sido llevado a la prisión en la dictadura por la Seguridad Nacional con Teodoro Petkoff  su inseparable amigo por ñangaras.  El abuelo Antonio Planchart Hernández era juez en ese entonces y evitó que fuera torturado tanto su hijo como su amigo, y recibiera todos los días su comida hecha por su amoroso madre Amalia. No había cambiado en nada su religión marxista, aunque nunca hubiera leído una línea de los tres tomos del Capital, u otros textos fundamentales del hombre de Tréveris, más allá de algunas líneas del Manifiesto Comunista.

Al llegar a la casa de la avenida Fuerza Armadas al lado del colegio Fray Luis de León, en Santa Rosalía  comenzó una nueva vida, lejos del amoroso ambiente del hogar  en uno de los barrios obrero de  México D.F., siglos atrás lugar donde vivían  los artesanos  que habían traído los aztecas, entre casas humildes pero plenas de empatía y comprensión, en una de ella vivía la querida  abuela María de Jesús Mendoza sostén de su hogar trabajando como maestra de corte y costura, el barracón de madera  del patio era el sitio predilecto para esconderme a fantasear, era un rancho de madera lleno de libros donde y  pasaba tardes hojeándolos, entre  una amarillenta luz por las ventanas que  de plástico.   De ahí pasé a vivir en un caserón de más de doce cuartos, con fuentes, jardines internos,  cuatros criadas, y chofer era tal el temor que sentía al ver aquello y esa ciudad tan ruidosa,  que Reina Licea, mi querida madre debía sacarme a la calle hasta los 14 años, con casco de Caballero Medieval, espada de plástico al cinto, o con máscara del zorro y capa solo disfrazado me sentía seguro entre  esa abigarrada avenida llena de cornetas, humo,  y agresividad desbocada, tal como ocurrió  una tarde de  los sesenta  mientras miraba desde la sala de casa, que llamaban el salón de los espejos  pude ver decenas de los  presos escapados de la cárcel modelo armados y perseguidos a tiro limpio por la policía y la Guardia Nacional; era como ver un programa de televisión  de policía y ladrones.

Una de las cosas que me daba sosiego  en esa caserón era el abuelo, con su biblioteca y su flux gris impecable, su sombrero ladeado, oliendo a fina colonia al llegar del juzgado al mediodía, a esa hora debía tenerle preparado su hielera, en un carrito de bronce, con un vaso de cristal y una botella de whisky. Al verme sonreía, y decía: charrito esta todo listo, riéndome le respondía si espero  tendré una buena propina, no te preocupes por eso, te podrás comprar varios suplementos por la tarde. Hecha el hielo en el vaso, decía mientras se sentaba en su cómodo y acolchonado  sillón, y sacaba del bolsillo interno de su flux  cigarrera y yesquero, para tomar un cigarrillo y fumar con calma entre trago y trago, siempre tenía alguna un sorpresa, como ocurrió ese jueves al decir: sabes este fin de semana volvemos a ir a San Diego a la hacienda, para que montes caballo, te bañes en el Neverí, juegues con las nutrias, y disfrutes de las aguas termales. Salíamos los viernes en la madrugada, cuando eso ocurría, no podía pedir nada más.  Agarrábamos carretera  con  el alba directo a la hacienda en  Anzoátegui, siempre nos deteníamos en las salinas para conversar con los kariñas que sacaban sal en pesados sacos de sus terrenos, y  decía: Sabes creo que este es el peor negocio que he hecho fue adquirir este erial de salinidad, no se para ni para que lo compre, agua de mar empozada, y calor. Así conocí a los primeros Kariñas, tras darles el abuelo sus pagos  y conversar un rato, seguíamos para la hacienda. Miguel, el chofer  isleño, lo llamaba Bernardo, porque nunca hablaba como el compañero del legendario Zorro, le buscaba conversación y se hacía el loco, siempre estaba concentrado en el volante.

Al llegar a la hacienda,  estaba todo listo: el sancocho, las hamacas, y la gente lo esperaba en el porche de la casa con los caballos ensillados. Al ver esto se reía, y  murmuraba el abuelo  estos  creen que después de estar por horas sin moverme en el carro, todo agarrotado  viendo lo bello que es el oriente de Venezuela,  voy a poner a galopar, será mañana por la tarde, que hay fiesta en el pueblo y bailare con las más bonitas del pueblo.

Al bajar todo del carro y caminar se reunía con los peones en el porche a conversar y preguntarles  cómo iba la cosecha, de los recién nacidos, y sobre todo si habían ido de caza y tenían   carne de venado fresca, para poner a cocinar  en la leña y fuego. Y le traían partes de pieza que  habían cazado:  apenas ayer doctor le disparamos, para que lo disfrutáramos todos acá, porque comer hervido de ganado al mediodía no se lo recomendamos. Y ahí comenzaba la conversa por horas, entre risas y lágrimas…Después de comer iba para el río a bañarme, orgulloso   del cuchillo de explorador que llevaba en el cinturón, acompañado de la muchachada del pueblo que siempre traían entre manos  varas y  machetes, pero pocos sabían nadar y esa era una de mis pasiones, al adentrarme en el  agua y  empezar a bracear contracorriente,  al oír el chapoteo era rodeado por  juguetones perros de agua, pasaba ese tiempo despreocupado, viendo sus piruetas y oyendo sus chillidos, al salir   había grupos de niños esperando, querían mostrar las iguanas o las cascabeles que habían atrapado con sus varas que escondían entre matorrales para darme  un buen el susto  algunas veces lo lograban, pero al verlos por sus miradas picaras a veces se delataban y cuando los descubría les seguía la corriente y actuaba y pegaba un buen grito para que se carcajearan un rato, eso los hacía felices, terminaban  diciéndome tenías que ser caraqueño al fin para ser tan asustadizo,  luego  jugábamos hasta cansarnos   con los animalitos que atrapaban y cuando dejaban de moverse por ser molestados, se hacían los muertos para escaparse  cuando nos íbamos, al día siguiente al regresar para ver sus restos a veces éramos nosotros los burlados al ver las huellas de su huida entre la maleza…

Al atardecer comenzábamos a subir, al llegar a la casa el abuelo continuaba con sus amigos conversando  ellos  sentados en taburetes y tocones de madera alrededor de su hamaca,  al verme descamisado  a veces decía:  Eduardito se se ve que te fuiste a nadar en el río, y no te  enjabonaste se que no te gusta el jabón,  así es mejor acá porque  no ensucias esas aguas transparentes del Neverí, que lástima que a ninguno en la familia le guste venir para acá, y trabajar esta tierra  miles de hectáreas, mira los  tractores arrumbados, quien los usa somos nosotros para recorrer la hacienda, y los peones para cultivar. En eso alguien siempre nos avisaba  que  estaba prendida la fogata detrás de la casa, y le había puesto bosta de ganado para que se fuera la plaga,  acá de noche no se puede dormir sin mosquitero, esos zancudos son letales y los murciélagos toda la noche revoloteando, porque  aun no ha llegado la luz acá, ya la pondrán y se irán esos murciélagos que tanto te asustan  nieto,  por las noches te rodean, y vuelan por abajo y arriba del chinchorro, sino fuera por el mosquitero los sentirías rozarte la caras. Pero duerme tranquilo, no va va pasar de ahí. Pero no te enchinchorres todavía, vamos a ver el cielo estrellado, como en Caracas nunca se verá, y a oír cuentos de los peones al lado de la fogata cerca del los limoneros, eso era peor que oír el vuelo de los murciélagos, comenzaba cada quien a competir con sus  relatos de aparecidos, el de la llorona no podía faltar, el del jinete descabezado era una fija todas las noches, todos decían haberlo visto, y el del hombre de los pies volteados con su terroríficos ojos siempre le agregaban una nueva víctima, ya  a la media noche  estaba aterrado de tantos aparecidos, no pelaba el ojo en toda la noche por temor a los  fantasmas que en mi imaginación se convertían en monturas de los murciélagos.., y por la mañana me iba al porche acostarme en una de las hamacas que era mi preferida por lo suave de su tejido, no se que tenia pero al recostarme me dormía unas horas apenas recostado,  hasta que el calor se hacía insoportable, o algún ciruelazo de los muchachos me despertaba, de ahí salió el mote de Eduardo el dormilón. Abuela a esa horas ya se había tomado su café negro y su buena arepa con un buena tajada de queso llanero,  las hacían en el fogón debajo del limonero. Cuando nos veíamos, ya era casi  mediodía, y siempre traía una arepa con perico y  leche tibia recién ordeñada, charrito no hay guacamole como hace tu mamá en  casa, pero si bastante ají por si el perico te parece sinsabor y sin pensarlo empezaba a comer, te acabas de despertar, no te das cuentas, como todos los peones se están riendo de ti, hicieron una apuesta, quieren saber con que aparecido habías soñado, pues bastante cuentos te  habían echado para asustarte, pues saben no soñé cuando podía cerrar los ojos tenía pesadillas y  los  veía  uno a uno como si fueran una película, pero ya me desquitare de ustedes, esta noche cuenteros en vez de yo oírlos a ustedes van a tener que oírme, sin que abuelo lo supiera  me  había llevado una versión resumida de las Mil y unas Noches traducida por sir Richard Burton, y al empezar a leerles  empezaron a imaginarse al Sultán descubrir a sus esposa siéndole infiel con sus esclavos, y la minuciosa descripción  del erótico suceso, por eso decidió matar a sus siguientes concubinas al día siguiente de su noche de bodas hacía  que en sus rostros en lugar de asustarse se ruborizaran por lo que imaginaban, hasta que Sherezade ideo el ardid de contar cuentos para posponer su muerte, y entre la selección  al empezara a leer decidí improvisar los viajes de Simbad y sus aventuras entre puertos y monstros míticas como  la gigantesca ave roc, y en el valle donde anidaban sus huevos que habían diamantes entre las rocas  e invento el marino un ardid para apoderarse de un gran cantidad de ellos, y así en siete viajes paso varias veces de la riqueza a la pobreza,  a veces  reían y otras se asustaban, concentrado en mi  voz  a luz de fogata, al verme el abuelo decía,   acabo de descubrir quien me ha estado haciendo desaparecer los libros de la biblioteca, pues ninguno   en la casa se habían interesado por ellos y menos de la hacienda, nunca he podido hacer que tu abuela venga para acá. No se dan cuenta de la belleza de estos amaneceres, pareciera que este mundo lo desprecian, aquí ahí montañas, valles, riachuelos que  no  les interesa conocer, al único que pareciera gustarle estar acá es a ti, no sabes cuantas veces he intentado traerlos, pero cuando han venido es casi obligados y solo piensan en el valor de la tierra y no en que ahí que trabajarla para que de sus frutos y como agranda el alma estar acá, lo que  quieren es venderla, la tierra que no se trabaja y cuida se pierde son miles de hectáreas de esta hacienda, y ninguno se le ocurre hacer nada con ellas, ni al tío tuyo  que piensa hacer su finca en Maturín, solo quiere llevarse los tractores y las máquinas para sus tierras, a veces siento que he arado en el agua con mis hijos, a todos les gusta cómo dicen la papa pela, tu padre ha ese si no lo he dejado venir para acá porque va querer reunir a sus camaradas guerrilleros en mis tierras y esta muy equivocado ya se lo he dicho que al primero de ellos que vea por aquí le vuelo los sesos, ni van a venir a engañar y a engatusar a los campesinos, pareciera que el destino de estas tierras será convertirse en un erial, porque en cualquier momento van a querer hacer una presa, pues es uno de los lugares donde es  más ancho el río  y están pensando en declararla patrimonio natural, eso significa su fin, pues donde ponen las manos los políticos todo lo joden, y perdóname nieto pero  no comprendo a  tus tíos. No veo pasión en ellos por crear ninguno es sensible, ni siquiera leen mis editoriales en el Universal y estoy seguro que mi querida biblioteca terminara en algún depósito, eres el único que se acercado a ella y que  veo disfrutar de sus tesoros, pero que se puede hacer cuando no hay  amor por el saber y la verdad se muere en vida, y es el rostro que le veo casi todos como dice Luis Manuel Urbaneja  en su novela En  Este País….. 

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