Como los tentáculos de un pulpo: el asedio a los refugiados en la Embajada Argentina

Como los tentáculos de un pulpo: el asedio a los refugiados en la Embajada Argentina

El 20 de marzo de 2024, seis opositores venezolanos, sobre los que pesa una orden de captura, decidieron refugiarse en la Embajada austral. Un año después, ahí siguen, sorteando el hostigamiento del oficialismo. Nadie sabe bien qué pasa puertas adentro. En esta historia, la hija de una de ellos cuenta cómo ha vivido, a la distancia, este tiempo de incertidumbre.

Últimamente Eugenia ha vivido sobresaltada, con una preocupación que siente como un nudo en la boca del estómago. No para de hacerse preguntas. ¿Mi mamá estará bien?, ¿habrá comido?, ¿correrá peligro? Desde España, donde vive, llama a Caracas, a diario, sin falta, con la esperanza de escuchar algo que le dé alguna certeza en medio de tanto vacío.

—Mamá, ¿cómo estás?

Si escucha su voz siente un poco de alivio. Es como si por un instante ya no estuvieran tan lejos. Ojalá pudiera abrazarla, piensa. Las veces en que la comunicación no es posible —porque la llamada no cae o porque no atiende o porque el teléfono está apagado— le escribe un mensaje… y otro y otro. Eugenia se angustia; la mente se le llena de pensamientos funestos.

Así ha sido este año para ella, calamitoso, largo, cansino.

A sus 25 años, conoce muy bien a su madre. Sabe que, aunque conversen, hay mucho que no le cuenta: está segura de que se reserva detalles, que en su narración omite pasajes que vive para que la hija no se estrese y para resguardar la seguridad de la familia (su padre y su hermano mayor están en Venezuela).

Sabe muy bien que debe llevar cuidado con lo que dice.

La madre de Eugenia es Magalli Meda, cercana a la líder opositora María Corina Machado. Hace un año, el 20 de marzo de 2024, ingresó a la Embajada de Argentina en Caracas en calidad de refugiada, y ahí permanece, en esa sede diplomática que se ha convertido en una prisión. Desde entonces, no ha vuelto a salir. Pero es sabido que ha continuado muy activa: fue la jefa de campaña de Edmundo González para las elecciones presidenciales de 2024.

 Magalli le había comentado a Eugenia que ese destino era una posibilidad: resguardarse en algún lugar seguro aparecía en el horizonte como una opción ante las amenazas que caían sobre ella (y sobre todo el equipo de María Corina Machado). Ser opositor en la Venezuela de estos tiempos puede ser considerado un delito: concretamente, a Magalli Meda funcionarios del régimen de Maduro la acusaban de “traición a la patria”. Podían meterla presa por ello, tal como ha sucedido con tantos otros por esa misma causa.

Magalli Meda junto a Claudia Macero y Pedro Urruchurtu haciendo público el asedio a la Embajada de Argentina en Caracas (Foto Archivo La Hora de Venezuela)

A pesar de que ya estaba advertida, Eugenia se sorprendió cuando se enteró de que aquel plan se había concretado. 

Fue una amiga quien se lo dijo: 

“Eu, ¿estás bien?”, le escribió.

Y le envió enlaces que decían que Magalli y otros cinco dirigentes del partido Vente Venezuela, el grupo liderado por Machado, se habían refugiado en la Embajada de Argentina en Caracas. Y que, además, funcionarios policiales estaban, en ese mismo instante, cercando la sede diplomática.

Era de noche en Europa, casi de madrugada. 

Eugenia intentó comunicarse con su madre.

No pudo.

Hubo un vacío. Un largo vacío. Fue la primera vez que sintió ese nudo en la boca del estómago que todavía la acompaña.

Llamaba, llamaba, llamaba, enviaba mensajes, no obtenía respuesta alguna. 

Ese día, todo había ocurrido muy deprisa. Más temprano, el fiscal general, Tarek William Saab, informó que había solicitado órdenes de detención contra nueve opositores, incluyendo a Magalli Meda, por presuntamente estar involucrados en actos de violencia para desestabilizar al Gobierno. Ella y otros cinco acusados pasaron horas negociando con varias sedes diplomáticas, hasta que la Argentina accedió abrirles las puertas. 

Finalmente, ya muy de noche en Venezuela, Magalli le contestó a Eugenia:

—Sí, hija, ya estoy aquí, y estamos todos bien. Ya nos recibieron.

Magalli Meda fue designada jefa de campaña de la elección presidencial de 2024. Ha formado parte del equipo de Machado desde que esta fue diputada a la Asamblea Nacional en el gobierno de Hugo Chávez (Foto Archivo La Hora de Venezuela)

No es la primera vez que un miembro de esta familia vive un episodio así. El abuelo, Jorge Olavarría, un historiador y abogado, apoyó a Hugo Chávez antes de ser presidente en 1998, pero se distanció de su gobierno, y lo criticó duramente, porque, decía, en su seno había planes de suspender el Estado de derecho en el país. El entonces presidente lo fustigó públicamente.

Esa vena política corre por toda la familia. De hecho, Eugenia, desde muy joven, dio signos de que ella tenía esa herencia. Estaba en bachillerato. Era 2014. La calle era un rebullicio de protestas, represión por parte de las fuerzas de seguridad del Estado, muertos (se contaban ya 43) y quién sabe cuántos heridos. En su colegio, estaban organizando unas gaitas: ¿cómo iban a montar una fiesta rodeados de tanto dolor? No podía ser: se las ingenió y promovió unas elecciones para suspender las gaitas. La noticia se viralizó y un alto funcionario de la administración de Maduro se enteró de la propuesta de suspensión y mencionó a Eugenia para decir: “Pero esos niños que hagan su gaitazo, que nada va a pasar, aquí todo está normal”.

En aquel entonces, Magalli, la madre de Eugenia, ya estaba en el ojo público: ella forma parte de Vente Venezuela junto a María Corina Machado desde sus inicios, en 2012. Machado siempre fue frontal con las críticas al chavismo (es legendario ese episodio en el que le dijo a Hugo Chávez, en la Asamblea Nacional, que su programa de expropiación de empresas era un robo). Y para ellas, así como para muchos dirigentes opositores, criticar al chavismo era asegurarse una persecución, un hostigamiento constante y fuerte.

 Magalli —como casi todos en Venezuela— sabía que era muy probable que María Corina Machado —escogida como abanderada de la oposición en unas elecciones primarias— podría ser inhabilitada para los comicios presidenciales del 28 de julio de 2024. Era una estrategia de los órganos del Estado, alineados con el Gobierno, para bloquear su participación. Ante ese rumor, en redes sociales muchos comenzaron a anunciar a Magalli como candidata sustituta. Eugenia no necesitaba corroborar esas noticias con su madre para saber que eran falsas: sabía que ella no tenía interés en ocupar esa posición, que más bien prefería apoyar, trabajar detrás de los reflectores. De todas formas, si hubiera querido hacerlo, tampoco hubiese podido: fue días antes de que los candidatos debieran inscribirse en la contienda que tuvo que refugiarse en la Embajada de Argentina, luego de que, con una orden de captura en su contra, entendió que debía ponerse a salvo.

Ubicada en la urbanización Las Mercedes, en el este de Caracas, la sede diplomática es una casa de dos pisos, con paredes y portones altos y blancos. Días después de que los miembros de Vente Venezuela se resguardaran allí, los cuerpos de seguridad del Estado venezolano comenzaron a rodear la vivienda con motos y camionetas blindadas. 

Lo hacían a diario, como un modo de mostrar su poderío.

A medida que pasaban los meses, la presión se intensificó. De pronto, toda la calle se quedó sin servicio eléctrico y sin agua. Pero el punto cumbre —o uno de los tantos puntos cumbres de esta historia— sucedió a finales de julio de 2024, cuando Maduro ordenó al cuerpo diplomático de Argentina salir del país en 72 horas, acusando al gobierno de esa nación de tomar acciones injerencistas al respaldar a María Corina Machado, y Edmundo González Urrutia, quien —según las actas recolectadas por la oposición y publicadas en un portal— había resultado electo presidente días antes.

Ante tal conflicto diplomático, el presidente de Brasil, Lula da Silva, aliado del chavismo y quien entonces intentaba fungir como mediador, intervino y asumió la custodia de la embajada para, indirectamente, proteger a los refugiados.

Por esos días, militares rodearon también la casa familiar de Magalli y de Eugenia. E intervenían en las casas aledañas a la embajada. Y, en las redes sociales, seguidores del chavismo atacaban a los refugiados.

La ruptura de relaciones entre Venezuela y Argentina colocó a los refugiados en indefensión. Brasil asumió la custodia de la sede diplomática. (Foto Cortesía La Hora de Venezuela)

Magalli terminó por imaginar la persecución como los tentáculos de un pulpo: flexibles y capaces de meterse en casi todos los lados. 

¿No había un lugar 100 por ciento seguro? 

Parece que no. El sistema represor de Nicolás Maduro ha detenido a más de mil personas (algunas relacionadas con Vente Venezuela y otras que simplemente han exigido transparencia en los resultados de las elecciones del 28 de julio de 2024, que todavía el Consejo Nacional Electoral no publica).

 Antes de todo esto, la vida de Eugenia en Europa ya era muy agitada. Ahora, atenta al desarrollo de los acontecimientos de la historia que protagoniza su madre, en un huso horario distinto, no puede evitar desesperarse. Porque Eugenia también ha sentido los tentáculos del pulpo, pero de otro modo. Como ese día en que le cancelaron a último minuto una reunión de amigos venezolanos en Madrid. 

—Es que no queremos tanta exposición. Debes entender —le dijeron. 

—¿Entenderlo yo? —se dijo a sí misma y también en voz alta. 

Es que Eugenia, en esa búsqueda porque en el exterior se entienda lo que sucede en Venezuela, se fue convirtiendo en una vocera por la causa de su madre. Cuando fue invitada a participar junto al hijo del abogado Perkins Rocha, detenido a un mes de la elección en Venezuela, al evento “Héroes de la Democracia”, en Nueva York, entendió que era el momento de hacer algo, alzar la voz, no quedarse callada.

A partir de entonces, su imagen comenzó a aparecer en medios; los periodistas comenzaron a reproducir sus declaraciones desde España. Ella temía que estas fueran a tener una repercusión negativa en Venezuela, y que esto se tradujera en mayor represión contra Magalli y el resto de los refugiados.

Sin embargo, no titubeaba al hablar con periodistas. Lo hizo durante un evento en el que dirigentes exiliados se concentraron para recordar a los presos políticos venezolanos y exigir su liberación. Unos días después, participó en una rueda de prensa de González Urrutia y Machado, a propósito del Día de los Derechos Humanos. Allí fue una de las voceras principales y pudo recordar el caso de su madre. 

 Ella sabe que su voz no es la relevante en este escenario, y que su madre es quien realmente puede dibujar más detalladamente lo que viven en la embajada. 

—Mamá, ¿tú estás comiendo? —pregunta constantemente Eugenia.

—Sí, lo suficiente —responde Magalli cortante.

(Magalli no se lo dice, pero Eugenia cree que quizá solo come pan y queso).

Antes, durante los primeros meses, puede que haya tenido una mejor alimentación porque, por ejemplo, podían hacer pedidos a deliverys de comidas, pero ahora ninguno quiere ir: les han dicho que las requisas por parte de los cuerpos de seguridad que rodean la embajada los aterrorizan. 

Eugenia junto a su madre Magalli Meda, cuando vivía en Caracas y la dirigente estaba en libertad (Cortesía Archivo La Hora de Venezuela)

Lo cierto es que ellas, por decisión propia, van limitando sus conversaciones, para no ahondar en preocupaciones.

Pero es imposible no ver el deterioro: Eugenia, en las videollamadas, se fija en las arrugas cada vez más notorias en el rostro de su mamá; en las raíces canosas de su pelo.

En diciembre de 2024, uno de los dirigentes de Vente Venezuela que también estaba en la embajada, Fernando Martínez Mottola, se tuvo que entregar a las autoridades porque estaba enfermo. El 26 de febrero de 2025, de hecho, murió, y aunque sus familiares no han querido declarar a la prensa, muchos presumen que se debió a su salud delicada. 

Entre Magalli y Eugenia varía el rol de animadora. Un día ella le envía fuerzas a su mamá, le pide que medite; al día siguiente, es Magalli quien le sube la cara a su hija. Magalli le habla de las guacamayas que la visitan, y cómo se ha convertido en una experta atendiéndolas.

Y lloran, claro. Hay mucho llanto. Lloran y agradecen mutuamente ese espacio para desahogarse. 

Eugenia entiende que, de un día para otro, se podría tomar la decisión de que su mamá y el resto de refugiados salgan de allí hacia destino incierto, bien sea por un salvoconducto o porque algo suceda.

Ella espera que antes de que eso ocurra, su papá pueda salir de Venezuela. Él se ha negado, aunque su familia se lo ha pedido una y otra vez.

En la casa familiar ya no queda nadie. Y, sin embargo, sigue vigilada.

Los funcionarios que están a cargo, atormentan a los vecinos con sirenas y luces policiales toda la noche. 

 La información que llega no hace sino acentuar la angustia de Eugenia. En la embajada cortaron el servicio eléctrico y el agua de forma permanente. Los refugiados no pueden pedir camiones cisternas para abastecerse: los funcionarios públicos le prohíben el paso a cualquiera. Después, estalló la planta eléctrica que usaban por horas, entonces quedaron sin electricidad y sin agua. Magalli, sin embargo, seguía en redes sociales: carga su teléfono con un ventilador que tiene un panel solar.

Después de 12 días, permitieron que ingresaran un generador de corriente. Eugenia imagina que eso supuso una mejoría en sus condiciones. Pero sigue haciéndose las mismas preguntas.

¿Mi mamá estará bien? ¿habrá comido? ¿correrá peligro?

Desde Madrid, dice que no bajará la cabeza. Que siente que su voz es una extensión de las denuncias de su madre y de Venezuela. Que ya no sabe si sus declaraciones las hace como dirigente política, como víctima indirecta de violaciones a los derechos humanos, como víctima directa o como todas las anteriores. Que solo le basta tener el deseo de que todo sea diferente: que aguarda la esperanza de que, un día, esos rottweilers que durante la noche rodean a su madre sean solo un mal recuerdo.

Como una pesadilla que ya pasó.

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