Esta disertación, debe iniciarse con lo que cabe bajo el concepto de “reto”. Todo por cuanto al amparo de tan manoseada palabra, se tienen distintas acepciones cuyos significados apuntan a contextos no siempre semejantes. Esto podría explicarse al notarse que no es lo mismo asumir el reto ante una idea, que frente a una realidad. 

Hablar de retos implica consideraciones operativas, perceptibles, interpretativas, filosóficas y reflexivas, entre otras. Aunque políticamente hablando, a los fines de explicar con detalle el concepto y su praxis, la acepción de “reto” se torna ambigua. Tanto, que permite interpretaciones tan planas que no dan para mucho. O para nada.

De manera que en el terreno político, hablar de “reto” constituye un modo de alargar el compás de silencio o de inacción que acostumbra practicarse toda vez que el ejercicio de la política compromete capacidades y recursos. Muchas veces ficticios. Especialmente, cuando el “reto” roza el fracaso. Pues en el fondo, “reto” y “fracaso” son tramas de las mismas circunstancias. “Palos del mismo tronco”

El problema se plantea, cuando el reto, en tanto hecho tangible, mide la seriedad de los objetivos trazados. O que buscan alcanzarse. Y ahí, precisamente, está la esencia del problema. Pero el problema se complica cuando el término “reto”, se emplea como adjetivo de “ciudad”. Es cuando se habla de “ciudad de retos”.  Y acá vale preguntarse: ¿De cuáles retos se habla? ¿Desde qué tipo de ciudad?

 ¿Ciudad de retos?

En el contexto politiquero, embadurnado del más chabacano populismo, la frase “ciudad de retos” puede hacerse de un cierto número de seguidores. Y que sin entender los intríngulis del problema, simplemente podrían estar convencidos y complacidos ante la sonoridad de tan sugestiva palabra. 

Pero para claridad del lector, el caso que refiere esta disertación, compromete a Mérida como ciudad. Ciudad gobernada por militantes del partido adscrito al régimen venezolano. Aunque debajo de este argumento, se esconde otro. Este otro, lo explica el desconocimiento de “ciudad” como acepción. Sobre todo, tratándose de Mérida como ciudad pues implica ver bajo cuáles condiciones vale categorizar a Mérida. ¿Cómo ciudad turística, cultural, ambiental, universitaria, histórica, conservacionista, geográfica, económica o social?. Entre otras categorías. 

Esta última aclaración, contesta la segunda pregunta: ¿De cuáles retos se habla?. Esta pregunta, habrá que responderla partiendo del hecho de observar algunas realidades muy particulares. Quizás, la principal, deriva de ver a Mérida desde la óptica de los problemas que mayormente la asolan. Así podría calificarse como una ciudad desintegrada cuyos habitantes tienen poca comprensión de lo que cabe bajo el concepto de “civilidad”. 

Este problema, la lleva a verse reducida ante los desgastes y perjuicios políticos, sociales y económicos que inseminan y motivan la “exclusión”. Esto genera una repugnante diferencia entre individuos y los grupos de habitantes que cohabitan la ciudad. 

En virtud del problema arriba aludido, resulta difícil adelantar cualquier propósito que redunde en beneficio de la “convivencia en la ciudad”. Ya que no sólo se dificulta el ejercicio de deberes formales. También, porque poco o nada se tiene la posibilidad de convivir supeditado a prácticas y hábitos propios de la merideñidad estimulándose una vida sin agobios, miedos  y reveses. 

“Mérida: ciudad de retos”. ¿Cómo así?

En términos de lo que busca exaltar la frase “Mérida: ciudad de retos”, no todo calza con las expectativas, ilusiones y necesidades que cunden al territorio citadino y a su población. Hay razones que obstruyen cualquier propósito pronunciado con afán político-electoral. 

El gobierno de la ciudad, es inaccesible para el común de sus habitantes. A pesar de los colores extravagantes con los cuales por maquillar las fachadas de algunos edificios públicos, las han manchado. En la ciudad, la autoridad se ejerce con base en criterios excluyentes. Particularmente, al preferir a quienes demuestran actitudes alborotadas o manipuladas por las líneas políticas del “oficialismo”. O a quienes celebran, cualquier declaración de personeros del régimen, así como sus ejecutorias. 

Debe notarse que la ciudad padece de problemas relacionados con la conducta desordenada de individuos que creen ser el “hombre nuevo” al cual refiere el discurso del “socialismo del siglo XXI”. La “anomia” o desorganización social que resulta de la incongruencia de normas sociales, se advierte por doquier. Además, dicha situación es alcahueteada por el mismo gobierno local y regional.

¿Dónde quedan las necesidades?

¿Cuáles son los retos que estima el régimen municipal merideño? Si de retos se trata, los mismos deben categorizarse primeramente. Por eso, debe entenderse que cualquier objetivo por lograr no es un reto en su exacta acepción. Los “retos” presumidos  por el régimen municipal, podrían ser anhelos trazados con el mero interés politiquero de atornillarse al poder.

Lo que el régimen municipal ha denominado: “Mérida, ciudad de retos”, nada o poco tiene relación con profundas necesidades de las cuales el régimen regional y municipal, no dicen nada. Estos sí podrían ser “retos”, en el sentido serio de la palabra.

  1. Lograr una ciudad cuyos habitantes puedan disfrutar una merecida calidad de vida.
  2. Coadyuvar con el restablecimiento de la Universidad de Los Andes a fin de que se reposicione a partir de lo que su visión académico, organizacional y funcional, representa y compromete.
  3. Una ciudad cubierta de módems que irradien una señal de Internet que alcance la cobertura que comprende su extensión urbana. Y se compadezca de las exigencias de la virtualidad que demanda la educación y la información On-line.
  4. Una urbe donde ningún interés político divida. Sino por lo contrario, multiplique. Y ello requiere de centros de formación moral y cívica ubicados por toda la ciudad.
  5. Acentuar los proyectos que se planteen una ciudad bucólica y de sosiego que invite al relax y al disfrute de su geografía.
  6. Una municipalidad que preste el debido acompañamiento al transporte público el cual debería prestar la atención al usuario que merece cada merideño.
  7. Una ciudad que cuente con centros públicos que busquen dignificar al ciudadano mediante programas de construcción de ciudadanía y emprendimiento.
  8. Una ciudad con una Policía formada para corresponderse diligentemente con la seguridad del merideño.
  9. Construir plazas con bancos que inviten a conversar, a leer, a disfrutar del entorno.
  10. Recrear el camino de los españoles que le brindaron a la ciudad un aire educativo, espiritual, agricultor en los siglos XVI y XVII. Ese camino que subía por un ala de la Cuesta de Belén.

Estos serían algunos retos que -en verdad- podrían caracterizar a Mérida en su esplendor, crecimiento y desarrollo. O a menos que esos “retos” que presumen comprender a Mérida cuando quiere señalársele como “ciudad de retos”, sean los que el diccionario de la Real Academia Española indica entre las acepciones de “reto”. Y que señalan “provocación o citación al duelo o desafío”. También, “acción de amenazar”. Incluso, “reprimenda, regaño”. 

De entenderse lo contrario a estas acepciones, Mérida encajaría perfectamente con las necesidades que comprometen su realidad. Así no cabría alguna duda de llamarse “ciudad de retos”. De no ser así, seguirá dudándose del calificativo que populistamente le han querido encasquetar a Mérida, pues no tendría mayor asidero nombrarla ¿ciudad de retos?

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