Mientras en el mundo occidental los gobiernos han llevado a sus ciudadanos a poder convivir con el patógeno del COVID, el gran coloso de Asia pronto llegará a tres años con sus fronteras cerradas y sus ciudades irracionalmente confinadas. Nada en el horizonte cercano lleva a pensar que esta manera de tratar la pandemia puede cambiar, a pesar del altísimo costo que ella ha traído a la sociedad… China es hoy una inmensa burbuja que se asemeja a una prisión.

Decenas de grandes y medianas ciudades donde habitan millones de habitantes han estado clausuradas durante meses, lo que ha provocado que los medios de subsistencia de sus habitantes se hayan venido al suelo y los negocios hayan colapsado a granel. El aprovisionamiento de comida se ha convertido en una tarea heroica en los enclaves que permanecen aislados y donde el transporte de ingreso o de egreso impide el flujo de alimentos y medicinas. La realidad es que un país que conocía crecimientos superiores al 6% hasta 2019, el primer semestre de este año apenas se expandió 2,5%. La tasa de desempleo oficial de los jóvenes llegó a ser de 22% al inicio de este año y en la actualidad sobrepasa el 18%.

Resulta imposible dilucidar si la estrategia emanada de lo alto del poder es algo que la población ha aceptado de buena gana o esta es otra mas de las imposiciones en torno a las cuales la disidencia no es una opción. El órgano de comunicación del Partido Comunista en las horas previas al inicio de su vigésima reunión afirmaba que «se ha equilibrado el control de la pandemia con el desarrollo económico y social, lo que permite lograr una mortalidad extremadamente baja y un funcionamiento social y económico sin problemas. El Covid Cero Dinámico es la estrategia anti epidémica con el costo social general más bajo”.

La vacunación en China no es una prioridad. De hecho, el principal arquitecto esta política que de hecho ha impedido que el coronavirus haga estragos en el país es el profesor Liang Wannian, jefe del Grupo de Expertos COVID del gobierno, quien sostiene que las vacunas existentes son eficaces parcialmente para prevenir mas no así para detener la enfermedad.  Por ello el abordaje de la pandemia ha sido otro: medidas de confinamiento estrictas, tests masivos a la población, controles constantes de los códigos de salud y restricciones de viajes. Hay que reconocer que sin vacunación obligatoria han logrado que los centros hospitalarios no colapsen. Las cuentas que saca el gobierno los hace sentirse orgullos de que a lo largo de dos años apenas se hayan contabilizado 7.008 decesos.    

En medio de todos los controles, la población de a pie está exasperada y se sabe de casos de insubordinación o de desobediencia que son cada vez más frecuentes. Aun así existe el convencimiento interno, espontáneo o forzado, de que China, en este terreno exhibe una superioridad política sobre Occidente. 

Una sola cosa nos queda clara. En efecto, Pekín ha sido exitoso en aquello minimizar el impacto del virus. Lo que sin embargo parece evidente para todos los entendidos en la materia, que si el país mañana reabriera sus puertas la contaminación de las personas se regaría como la pólvora.

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