Al hablar de cambio me refiero al cambio para bien, que, en el caso venezolano, significa un cambio hacia la democracia, la justicia y el desarrollo. Y es pertinente la observación, porque también hay cambio para mal o para peor. La propia historia de Venezuela lo constata.
Se tiene, así mismo, el continuismo. La permanencia de las cosas, más o menos como están. Nada va en perspectiva de arreglarse –diga lo que diga la propaganda–, y todo va en camino de empeorar, paso a paso, y bajo la ejida de la misma hegemonía despótica y depredadora, de sus mismos mandoneros, y de sus mismos cómplices.
El cambio para bien, lucirá cuesta arriba, mientras los que alegan representar ese cambio (o gran parte de la oposición política), sigan jugando el juego de Maduro, con los disimulos de costumbre.
Tantas oportunidades desaprovechadas para acuerpar la protesta social y darle un cauce político de peso, montan a un comportamiento no sólo negligente sino doloso. De eso ya se sabe mucho, aunque es probable que todavía falta mucho por saberse.
Mientras se mantenga el poder establecido, no puede haber cambio para bien. De hecho y de derecho, ese cambio sólo podría empezar a realizarse, con otra configuración del poder, una acorde con premisas, valores y orientaciones democráticas. Y todo ello tiene cabida en la Constitución formalmente vigente.
¿El cambio para bien es una quimera? No, no lo es. Pero tiene que llevarse a la realidad, con voluntad y determinación.
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