Ya el Dr. Luís Beltrán Prieto Figueroa, referente del actual régimen opresor, describía el problema de la incultura y abulia política como causa de la lasitud política en una importante cuota de venezolanos. Especialmente, daba cuenta de un grueso número de educadores que ejercía el magisterio venezolano en la segunda mitad del traumatizado siglo XX. Y que incurrían en la indiferencia (política) al actuar como orientadores sociales.
Fue razón válida para que penosamente asintiera “si el maestro es un ciudadano con pleno goce de sus derechos civiles y políticos, no puede actuar como un capite diminutio (agente reductor de capital humano) que lo coloque en la categoría de entredicho político”.
Su consideración a ese respecto, resultó convertida en una interesante monografía que intituló: Los maestros eunucos políticos. La misma fue publicada por Editorial Vadell Hermanos, Valencia, 1976.
Sin embargo, dicho problema no dejó de caracterizar el discurrir venezolano. En lo particular, cabe decir que el venezolano actual no dejó de ser como aquel venezolano que criticó el Dr. Prieto Figueroa. Este venezolano, engañado políticamente de manera vil, cedió a la tentación de la corrupción de la que se valió la coyuntura política consentida por el flagelo de la degradación que se abalanzó sobre el país. Sobre todo, con el arribo del régimen militarista que ocupó el poder en enero de 1999.
Tanto fue el problema, que alcanzó a corromperlo. En consecuencia, debió sacrificar su dignidad y otros valores que en otrora habían exaltado razones de vida democrática. Muchos venezolanos se dejaron engullir por las promesas de un autoritarismo que presumía de redentor. Y sigue haciéndolo.
¿Cómo actúa el socialismo en la perversidad?
Tan atrevida situación se acentuó con el correr de los tiempos. Más aún, durante el siglo XXI. Fundamentalmente, como resultado del autoritarismo que ha intentado ensayarse. Y que ha dado lugar a una desigual repartición de los recursos nacionales. Proceso este aprovechado por el socialismo para repartir las miserias que ha considerado. Para ello, se ha apoyado en la insolencia y soberbia que le depara una revolución la cual se aprovecha groseramente del poder político para hacer de las suyas. Peor aún, a nombre de la doctrina bolivariana. Así se ha originado una brecha profunda entre el discurso y la praxis.
El régimen opresor venezolano ha venido actuando a partir de la intención organizada política, económica y socialmente, de trastornar, desconcertar y enmarañar el pensamiento, emociones y actitud del venezolano. Ha venido confundiéndolo en materia política, social y culturalmente.
Ello ha venido procurándolo, con la idea de infectar la conciencia del venezolano con fantasías que buscan inculcar necesidades para luego despejarlas con la fuerza inductora capaz de igualar por debajo la mayor población (posible) de venezolanos.
En esa onda de decisiones, el régimen plantea solapada y recurrentemente (véase el Plan de la Patria) revertir cualquier esfuerzo alcanzado por venezolanos de conciencia libre. Así viene maquinándolo mediante la intención de aplastar el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad. Para lograrlo, el régimen político se ha afanado en empobrecer todo ámbito donde todavía pueda haber remanentes que todavía anhelan vivir bajo libertades y derechos.
Un Apocalipsis político
Sin duda, el “socialismo del siglo XXI” falló su diseño operativo. Al parecer fue inventado con propósitos perversos. Al menos, los hechos contemporáneos así lo indican. Según lo observado, se empeña en humillar a cuanto venezolano pueda. Y por métodos bastante subliminales. Aunque lucen casi imperceptibles por lo paradójico de sus ejecutorias. Es decir, sus daños son estratégicos. Son realizados sin que se perciba el grueso de malignidad implícita en los hechos acaecidos.
El problema inducido por la venta de gasolina “subsidiada”, es un claro ejemplo de dicha situación. Aquella frase que reza la esdrújula idea del socialismo de “romperle las piernas a quien pueda para luego ofrecer muletas”, es amargamente cierta. Ello se hace con el funesto propósito de obligar a la persona a mendigar las muletas. Que además de ser de mala calidad, las entrega con retraso. Y prohíbe al comercio venderlas. Todo un drama oscuramente concebido.
Es la forma expedita empleada por el régimen socialista para mantener la población sometida sin que se advierta la crueldad que encubre sus actuaciones. Por eso, la persona se ve obligada a doblegarse para superar su dolencia o necesidad. Y que, ineludiblemente, tiene un precio político, moral y social calculado malvada y previamente.
Ahí es cuando se retrata el borrego político. Es víctima de las patrañas del régimen según lo que indica y ordena la perversidad del “socialismo del siglo XXI”. Sin embargo, debajo de todo esto hay un proceder calculado. Que busca pasar inadvertido todas sus trapisondas para hacer ver que las decisiones tomadas están dirigidas a “(…) proteger la clase trabajadora por encima de las circunstancias”.
En el fondo, no resulta del todo fácil distinguir entre las distintas categorías de borregos políticos que el régimen ha insistido en formar. Está el que se ve obligado a someterse a la humillación para ganar las dádivas otorgadas por el régimen a través de los mal llamados “bonos de la patria” que tolera con la poca dignidad que le queda de la inevitable vergüenza que todavía mantiene.
Luego, está el borrego político que ha aprendido a soportar la humillación. Por tanto la cuida como un “derecho colectivo” que reivindica engañándose a sí mismo. Pero cuando comprende que su situación lo esclaviza, odia y ataca para así ver a todos padeciendo su misma desdicha.
En medio de este socialismo perverso, disfrazado de compasivo, democrático y solidario, el venezolano, en su gran mayoría, ha vivido con esa desgracia a cuesta a la cual lo llevó razones como estas: la antipolítica, la avidez exagerada, la inmediatez con la que persigue objetivos de vida y la cultura deformada que emplea de excusa para eludir compromisos de seria monta.
Esto hizo que la clase predominante política, social y económica en Venezuela, ya no fuera la clase obrera, la baja, la clase media y la alta. Sino la clase emergente, la de los «borregos» políticos…
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