Ángel Lombardi: “Grupuscularización” de la política y del poder en Venezuela

La llamada crisis venezolana a mi juicio, ha sido suficientemente estudiada, analizada y diagnosticada en todas sus fases y aspectos, generales y particulares. Ubicada a partir de la década de los 80 del siglo pasado, lleva en curso, cuatro décadas, agudizada y agravada en los últimos 21 años. Se ha hablado del agotamiento del modelo rentista-populista y sus manifestaciones patológicas en todos los sectores de la economía y la sociedad y en el propio Estado, que perdió su impulso redistributivo de la riqueza nacional. Su capacidad resolutiva de problemas y de conciliación, hasta no garantizar la integridad territorial y soberanía nacional y pervertir “delincuencialmente” todas sus instituciones, creando una ineficiente, corrupta y partidista burocracia clientelar. Unos poderes ciudadanos “del partido” y unas fuerzas armadas ideologizadas o adoctrinadas por el “castrismo”, fuertemente descompuestas, vigiladas y amenazadas. 

En este “cuadro” es que quiero opinar sobre la crisis de los partidos políticos, que a mi juicio han sido determinantes en el desencadenamiento y mantenimiento de la crisis, sin solución política a la vista. El partido político moderno en Venezuela es históricamente “reciente”, fraguan en las décadas de 1930-1940 del siglo 20. Sus orígenes son marxistas, en todas sus variantes, el PCV y la social-democracia, como lo fue AD y sus divisiones y URD y sus derivaciones. La otra corriente ideológica-política importante fue la demócrata cristiana o social-cristiana que evolucionó de una derecha muy conservadora a un “centro” político que en algún momento hasta derivó en una izquierda moderada. En este espectro se desarrolla la política hasta 1998. Un neo-gomecismo modernizante (López Contreras, Medina Angarita, M. Pérez Jiménez). Un bipartidismo triunfante de AD y COPEI y una izquierda, comunista (PCV) y otra “revisionista” que termina asumiendo la vía democrática (MAS y otros). 

Las Fuerzas Armadas conservaban su influencia, igual que la Iglesia y sectores económicos. Este proceso político, así estructurado, funcionó entre 1936 a 1992 aproximadamente. Pero ya venía con anomalías, no corregidas a tiempo. No supo “auto reformarse”. Se desvinculó de las necesidades de la gente. No combatió la corrupción creciente. El partido terminó en “maquinaria y clientela” financiadas desde el gobierno y sectores económicos privados, que “cobraban después”. Llegó un momento en que AD y COPEI eran indistinguibles, uno del otro. Las mismas prácticas malsanas de gobierno y cogollos de poder e intereses cerrados de espaldas al país. Esta atomización y anomia fue creando un gran vacío político, surgieron los llamados outsiders (Renny, Irene, y el mismo Salas Römer) mientras la crisis agarraba impulso y se desarrollaba, sin respuesta política adecuada del sistema bi-partidista dominante. En 1983 se inicia la devaluación, 1989 Caracazo ¿espontáneo o direccionado?, me inclino por lo segundo. 1992 dos “golpes” fallidos que quedaron impunes y la historia conocida, del “defenestramiento” de CAP, dos presidentes ancianos y sin respuesta a la crisis y la “marcha triunfal” del golpista convertido en “mesías”. Ya conocemos el resultado, esta tragedia y esta destrucción, de 21 años. Lo más grave es el “sin salida a la vista” y aquí mi planteamiento crítico. La “grupuscularización” partidista opositora ha continuado y se ha multiplicado, dentro de cada partido y en la propia sociedad. Cada “grupito” juega a ser partido y en cada partido, actúan varios “grupitos”. Todos o casi todos, desvinculados de la gente y de espaldas a la realidad. Configurando lo que algunos han llamado el “archipiélago” opositor. 

El partido político es necesario e indispensable para la democracia. Las organizaciones no-partidistas igualmente son necesarias, pero sin confundir los roles respectivos. Los partidos políticos tienen que ser más democráticos y horizontales. Los “caciques” y los personalismos son perjudiciales. Las siglas de los apellidos han sustituido a las siglas partidistas y de paso el régimen las “secuestró” de sus autoridades legítimas. El pasado ya no es. Muchos políticos no han logrado salir de 1945 y 1958. Muchos siguen sin aceptar que esto es una dictadura castro-comunista y por consiguiente deben obligarse a una “unidad superior” que es por la transición democrática sin prescindir de la “realidad real” que implica al chavismo, a las fuerzas armadas y a la llamada boli-burguesía. Igualmente no se puede dejar el problema en manos “del golpe” o de la “invasión” o de las “fuerzas externas”, sin con ello desestimar el importante apoyo democrático externo. Es la hora de la política del “encuentro” y no de la fatídica “polarización” que tanto ha cultivado y cultiva el régimen y que tanto le ha favorecido.  Tampoco es conveniente el insulto y la “revancha”. Es hora de mirar hacia adelante, asumir los desafíos del siglo 21 y acometer desde ya un único frente nacional en la línea de enfrentar la pandemia y la crisis humanitaria como Nación. No hay otro propósito político en el corto plazo que un gobierno de transición democrática, entendiendo que dada su complejidad, es necesariamente progresivo.

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