Tengo la sospecha, o quizá debería decir la esperanza, de que el salvajismo genocida de Putin podría traer al menos un resultado beneficioso.

Me explico. Abundan las confrontaciones contemporáneas de tema importante que se despeñan por un abismo de acrimonia, lo que hace que el foco se pierda. Un ejemplo puede ser el debate entre dos líneas feministas, una más tradicional vinculada a lo que se conoce como el feminismo radical, cuyas partidarias no quieren que a la lucha contra el machismo se le mezclen otros temas, como la opresión de la gente trans, y una vertiente más nueva que califica a las anteriores de terfs (Trans-Exclusionary Radical Feminist), cuando no de fascistas, por excluir a las trans y a otros grupos minoritarios de las luchas de la mujer.

Yo soy un hombre heterosexual ya maduro –cisgénero es la palabra exótica que inventaron para designarnos– y no veo por qué no se pueden considerar mujeres a las trans, o sea a las mujeres que alguna vez fueron hombres. Dicho esto, entiendo que J. K. Rowling y otras feministas conocidas no lo admitan. Tienen sus argumentos. Lo que me apabulla un poco es la agresividad del debate. ¿De veras se tienen que tirar hasta con los muebles por un tema que atañe a una minoría bastante pequeña? Porque en muchas otras cosas los dos grupos coinciden, además de que hay problemas más graves y de más fondo que tendrían que venir primero, diga usted, la proliferación de niñas madres antes de los 14 años. Aquí conviene aclarar que a mí me gusta mucho trabajar y tratar con mujeres, si bien no me considero un feminista. Tiendo a pensar que la condición de las mujeres, que en Colombia ciertamente ha venido mejorando, todavía necesita grandes progresos y que a lo mejor el ritmo que trae el cambio es insuficiente, aunque no estoy convencido de varias de las fórmulas ofrecidas por las diferentes ramas del feminismo, además de que, insisto, entre ellas a veces la discusión se sale de control.

Lo otro que salta a la vista al mirarme al espejo es que soy blanco, pese a que desconozco el grado de mestizaje que hay en mis genes. No cabe ninguna duda de que la gente sufre de notables carencias por tener un color de piel determinado, entre otros rasgos, aunque opino que la gente de color, como las mujeres, ha venido progresando de forma notable. Una vez más diría que el ritmo del progreso puede no ser el ideal. Igual, Colombia es un país en el que abundan los mestizos, es decir, gente cuyos antepasados de un modo u otro hicieron caso omiso de los prejuicios raciales, así en otros contextos hayan contribuido a perpetuarlos. El mestizaje es en últimas la solución, así a nadie se le pueda imponer el tipo de pareja con la que decide tener hijos.

Es aquí donde entra Putin, como símbolo de esas cosas más graves y más básicas que habría que resolver primero. Porque en Ucrania mueren muchas mujeres, trans o no, pero mueren todavía más hombres, sin hablar de la destrucción infligida al país, que acaba con bienes y dineros que alcanzarían para solucionar las carencias de casi todas las minorías. Putin simboliza una de las fuentes más antiguas y dañinas de inhumanidad: la dictadura. Cuando un malandro de esos empieza a bombardear pueblos y ciudades, o a sus soldados les da por violar en masa a niñas, niños y mujeres, hay que poner en suspensión las demás diferencias y dedicarse a detenerlo. En esas estamos.

P. S. Esta columna reaparecerá en enero.

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