Ante la información que va emanando de Siria luce un tanto hiperbólico extremar paralelismos entre aquella situación y la de Venezuela. Gracias a Dios por acá no hemos experimentado las masacres y guerras a sangre y fuego que han causado cientos de miles de muertes en aquella trágica nación del Medio Oriente.
Con todo el proceso destructivo y de degradación colectiva que viene sufriendo Venezuela por más de un cuarto de siglo, ni por asomo se compara en escala con las atrocidades masivas que sufren países como Siria. Acá – por suerte – no hemos visto un Maracaibo reducido a ruinas, polvo y escombros como Alepo y otras poblaciones sirias.
Hay abusos, atropellos, vejámenes, persecuciones, crueldades, robos, y casos de tortura, muertes y lesa humanidad. Pero por fortuna no hemos sufrido los niveles de sangre vertida en Siria y otros casos de este atribulado planeta.
Sí se parecen las cifras de migración, y también se palpa una gran similitud en los niveles de pillaje y latrocinio por parte de cogollos dominantes en cada caso.
Pero acá, por más vaticinios que hagan voceros oficialistas, en el ánimo general de la población no está planteado un plan de venganza contra todos los partidarios del régimen. A lo sumo, conociendo el temperamento conciliador de las grandes mayorías, más que baño de sangre lo más probable serán unas cuantas patadas por el trasero.
La dirigencia política recién electa democráticamente ha reiterado hasta la saciedad su disposición a una salida negociada, pacífica, y con amplitud de miras – mientras que son los oficialistas quienes agitan pronosticando represalias por los muy agraviados opositores. Quizás sea por mala conciencia.
Acá todavía queda tiempo suficiente para negociar una transición pacífica e incruenta que saque al país del atolladero en que se encuentra estancado.
Para Venezuela quizás la lección más útil del caso sirio es que el Ilyushin Il-76T en que Bashar al-Assad y familia viajaron de Damasco y Moscú solo tiene capacidad para entre 30 y 90 pasajeros. No sabemos a quienes se llevaría Assad, pero sí recordamos que fueron menos de 20 los que se fueron en aquel célebre vuelo de La Vaca Sagrada el 23 de enero de 1958.
Esta tragedia que vive Venezuela no es responsabilidad de un solo hombre. Y el cupo en el avión es algo que deben meditar muchos que apuntalan a cualquier régimen en proceso de caducidad. Porque tarde o temprano a toda dictadura le llega su hora – y no vaya a ser que a la hora de las chiquitas a muchos que hoy se sienten guapos y apoyados se les diga: Ojos que te vieron, palomita turca.
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Autor: Antonio Herrera-Vaillant [herreravaillant@gmail.com] Imagen cortesía de pixabay.com