9:45 p.m., hora exacta de la audiencia. Puntualísimo, don Tommaso, lo mandó a pasar. ‘Azuquita’ era, casi, con seguridad, su más fiel pistolero. Lo que estaba fuera de toda duda, era que se trataba del más sanguinario de cuantos tenía.
—¡Buonasera, don Tommaso! Grazie mille por recibirme —saludó ceremonioso el sicario, al tiempo que reverenciaba a su jefe y, de hinojos, le besaba el anillo del anular de la mano derecha.
—Ya, ya, ya, fratello ¡Puedes ponerte de pie! —Il Capo, condescendiente, con aires de Papa, le correspondió el saludo, indicándole que tomara asiento, en el butacón estilo Luis XV a la vera de su trono— Antes que nada, “Azuquita” te pido mil disculpas por haberte hecho esperar semanas para esta audiencia. Problemas. Ya sabes cómo es este negocio. Menos mal que los vamos solucionando. Pero dime “Azuquita” ¿cómo está donna Alessandra? ¿Cómo está, Dante, mi amadísimo ahijado?
Irónico apodarlo así, “Azuquita”. Innecesariamente, cruel, implacable, frío, como un témpano. En las antípodas de lo dulce.
—Alessandra, don Tommaso —respondió el matón— esperando familia para el próximo agosto. Dante, su querido ahijado, don Tommaso, le manda a pedir la bendición ¡Todo un hombrecito!
—Ver crecer la familia, “Azuquita”, es bendición bíblica ¡Te felicito! En cuanto a Dante, entrégale este regalito de mi parte —il Capo le extendió su mano derecha con un sobre dirigido al muchacho— ¿Y Concetta, la mayorcita?
—Cada día más bella, don Tommaso ¡Parecidísima a su mamá! Por cierto, don Tommaso, por ella es que le he pedido esta audiencia. Es para rogarle algo ¿Sabe, don Tommaso?…
Il Capo lo interrumpió indignado:
—¡Si alguien la ha deshonrado, te autorizo a “eliminarlo”, ya!
Y si no deseas encargarte, tú mismo, le doy la orden a cualquiera de los muchachos.
—No, don Tommaso. No es por lo que usted está pensando ¡Es que la están rechazando, sus amiguitas del colegio, del club, del vecindario. Dicen que es por ser hija de un gánster.
El implacable pistolero rompió a llorar. Respiró profundo, se tomó varios segundos, se serenó, se trepó en su sillón y retomó el hilo de su lamento.
—A usted, le consta, don Tommaso. Soy un hombre serio. Honesto. Muy cristiano. De trabajo. No bebo. No mujeréo. Ahorro. Ni siquiera fumo. Con lo “poco” que tengo guardado creo que puedo retirarme de mi profesión. Quizás, un gimnasio. O montar una galería de tiro. Por eso he venido. Necesito su autorización. Su permiso. Sin su bendición, no me atrevo. Quizás, mudarme a otra ciudad o regresar a Italia. Así mis hijos podrían levantarse “normalmente”.
Como impulsado por una catapulta, il Capo se puso de pie. Le extendió los brazos a su fiel, “trabajador”, amigo, compadre, celoso depositario de confidencias muy comprometedoras. Acto seguido, declaró solemne:
—Tienes toda mi autorización, “Azuquita”. Incluso, la de mudarte a donde quieras.
Los dos hombres se despidieron con un beso en cada mejilla, abrazos sonoros al palmear sobre sus respectivos hombros, sellados con un buen apretón de manos.
La mañana siguiente, muy temprano, “Azuquita” apareció muerto, echado sobre el volante de su automóvil. Al regreso de dejar a sus hijos en el colegio, detuvo el vehículo, para aguardar el cambio de luz del semáforo – el hombre, además, era celoso cumplidor de las normas de tránsito terrestre- y ahí mismo, a bocajarro, le metieron una bala en la nuca.
En Venezuela desmanda una narcotiranía, que es parte muy activa de varias internacionales del crimen organizado.
El Narcotirano sabe -en su situación, hasta un lisiado moral y mental, cucuteño, puede darse cuenta- que si no perpetra fraude contra la paliza electoral del próximo domingo, es hombre muerto. Igual que “Azuquita”. Una internacional del crimen organizado no es la General Motors, ni la Samsung en las que sus ejecutivos pueden cambiarse de empleador o jubilarse, así como así.
¡Qué Interpol, ni qué DEA, FBI, marines, Fiscalía de la Corte Penal Internacional, ni qué escuadrones de captura de los países medianamente civilizados, en lo que se refiere a la localización y ajusticiamiento de los desertores!
Hasta el último sumidero del Planeta; desde Caracas, hasta Pyongyang, se dirigirán sus iracundos narcosocios de las FARC, del ELN, de los Carteles de Cali o de Los Pepes, de Sinaloa o de Tijuana, de Juárez o del Hezbolah, de las mafias y camorras, iraníes, chinas, bielorrusas, rusas, castro cubanas y ¡Pin, pun, pan! en represalia por verse obligados a despegarse de esa teta que tienen en nuestra amada Venezuela.
Además, depuesto ese Narcotirano, asustadizo correlón, muy parlanchín, ante el primer policía de rolito con el que tropiece se acobarda y comienza a cantar como un Pavarotti.
Ya se lo dijo su camarada Lula Da Silva: No tiene otra salida. Respete ¡Sí o sí! la voluntad popular, señor Narcotirano, y aténgase a sus graves perpetraciones. Odia al crimen, compadece al criminal. Aunque dudo que un Padre Nuestro sirva para que el Señor se apiade del alma de un desalmado.
_______________________________________________________________________________________________________________ Autor: Omar Estacio Z. [@omarestacio]
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