Junto a la lengua común que sirve como referencia abstracta a la comprensión lógica del quehacer cotidiano humano, existe un lenguaje especial. El mismo que funciona como medio de comunicación entre politiqueros de rancia esencia y tramada congruencia.
Generalmente, el lenguaje común tiende a significar lo cultivado en razón de las necesidades de interacción e integración que, en la cotidianidad cognitiva, vive el ser humano. Por consiguiente, el mismo propende a exaltar lo popular aunque con ciertas variaciones indicadas por el costumbrismo. Particularmente, al cederle espacio lingüístico a la narrativa propia del lugar al cual se aferran las tradiciones inherentes al discurrir típico.
Pero en el contexto en el que cabe la política, con todas sus deformidades ideológicas y pragmáticas, el lenguaje adquiere otra connotación. Otra significación que vulgariza su sentido. Especialmente, a nivel coloquial en el cual los participantes toman el protagonismo correspondiente. Ahí, el ejercicio de la política tiende a degradarse a sí mismo. Además, tiende a mancillar valores históricos, culturales y sociales. Asimismo, condiciones cívicas, morales y éticas.
Confusiones adrede que matan
De poder situarse el impacto cultural que denota el lenguaje politiquero entre los niveles de formalismo que marcarían los grados de medida de la respectiva escala, no sería difícil ubicar dicho lenguaje cercano o bastante confundido con el lenguaje vulgar. Por supuesto, bastante alejado de la lengua común empleada por quienes se esfuerzan en alcanzar sitiales de magnanimidad a partir del trabajo asumido a dedicación exclusiva. En pro de metas relacionadas con la prosperidad, la excelencia y la equidad en lo social, lo económico y lo político.
Sólo que hay realidades tan contaminadas por las improvisaciones en complicidad con las presunciones, que todo lo que es aludido por esa clase corrompida de politiqueros de oficio y ocasión resulta en un desproporcionado y franco desarreglo. Específicamente, por causa que describen aquellas pretensiones tomadas con base en equivocadas consideraciones. Así como también, fundamentadas en la mezquindad y la avaricia que descubre no sólo sus intenciones. También su palabra envuelta en las barbaridades que acompañan las decisiones elaboradas y tomadas.
Es así como la palabra inconsistente e infundada, explica las razones para reconocer los problemas que incitan los politiqueros en cualquiera de sus posturas y manifestaciones. Sean adjetivados como de izquierda o de derecha. Indistintamente de si en verdad actúan en consonancia con los principios de las ideologías a las que manifiestan pertenecer. O es porque todo les parece lo mismo a lo que pregonan en la calle. Es precisamente lo que lleva a conceptuar el contenido de cada discurso político: un aterrador rompecabezas.
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