El Cardenal Richelieu fue un hábil político que se caracterizó por la paciencia, la visión de largo alcance y el cálculo estratégico. Sus biógrafos recomiendan observar el retrato elaborado por Philippe de Champaigne, el cual recoge la imagen de un hombre distinguido, sereno, prudente y de mirada inteligente. Sus bigotes evocan la figura del estratega militar que llevaba por dentro. Richelieu demostró que la vida exige horas de silencio para poder reflexionar sobre la política y sobre las tareas de gobierno. Por eso disponía de constantes jornadas de descanso para pensar sin estorbos.
Conviene invocar la reflexión serena y la prudencia, como consecuencia de las sucesivas derrotas e incoherencias de la oposición que cristalizaron en la disputa sobre el control del llamado interinato. La decisión que tomó la mayoría de los miembros de la denominada Asamblea Nacional legitima corresponde a un hecho político cumplido. No le veo sentido seguir en la controversia jurídica sobre la constitucionalidad o no de lo ocurrido.
Hay que cerrar ese capítulo, comprometerse a no repetir los mismos errores y mirar hacia adelante. No es poca cosa el reto que tiene la oposición por delante: la búsqueda de un candidato unitario que presente al país una oferta política bien pensada y bien elaborada para que sea viable y sea creíble. El objeto es pensar en concreto para construir una opción de victoria que permita derrotar electoralmente a Nicolás Maduro, quien tiene más del 70 % de rechazo.
La energía de la acción política de este año que comienza debe concentrarse en la candidatura unitaria con la mira puesta en la victoria electoral. Solo de esta manera será posible democratizar al país, recuperar la independencia institucional, liberar a los presos políticos, garantizar los derechos humanos y hacer atractivo nuestro país para que regresen los venezolanos de la diáspora. La estrategia debe descansar en el rigor, en la verdad, en la disciplina y en el trabajo de calle. No se puede hacer política únicamente desde la distancia de las redes.
Se debe aprender de la derrota para no insistir en los errores. Las simplificaciones sobre el fracaso político en un momento especifico suelen ser producto de la inmadurez y de la manipulación de la verdad. El trabajo ahora es definir la frontera entre la derrota y la victoria; entre lo momentáneo y lo permanente, entre lo grupal y lo colectivo. Es el lindero que separa a Juan German Roscio de Pedro Carujo, entre el hombre de Estado y el astuto militar de vocación autoritaria. Roscio fue un constitucionalista; Carujo fue expresión temprana del militarismo, quien en los años 1835 y 1836 formó parte de la Revolución de las Reformas, la cual proclamaba que el gobierno era para los militares.
De ahí que el desafío para iniciar el año es superar las diferencias, buscar sin vacilar la candidatura unitaria y construir el andamiaje necesario para caminar hacia la victoria electoral. Es tarea posible que requiere de paciencia, de serenidad y del respeto de la palabra empeñada. Que se cumpla lo que se acuerda y no creer que los acuerdos se pueden violar a la vuelta de la esquina. No es posible manejar los asuntos políticos sobre la base del engaño y del embuste.
Es admitido que Rómulo Betancourt hacía del compromiso con la palabra empeñada una de sus armas más poderosas en su exitosa vida política. Por su parte, Carlos Canache Mata, político que conozco muy bien y con quien me une una larga amistad, es reconocido por sus amigos por enaltecer la significación de la palabra. El político mentiroso, al contrario, es una expresión de la picaresca y de la irresponsabilidad que solo garantiza el fracaso.
Sin olvidar la importancia de la paciencia, porque, como lo postulaba Eduardo Couture en los Mandamientos del Abogado, “El tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración”; mandamiento que parafraseó coloquialmente Rafael Pizani cuando sostenía que “Los impacientes se caen en el camino”.
El reto de este año que comienza es la candidatura unitaria y la elaboración de la propuesta que permita rescatar la institucionalidad democrática y garantizar los valores republicanos. Le toca entonces a la dirigencia política guardar la prudencia necesaria y pensar con serenidad, tal como lo hacía Armand Jean du Plessis, Cardenal Richelieu.
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