Quizá, en este primer día del año tengas muchas expectativas del año que comienza. Quizá estés pensando en todos las resoluciones que necesitas llevar a la practica para hacer realidad tus propósitos. Sin embargo, te atreves a ser sincero contigo mismo y te das cuenta que muchos años has comenzado con muchos bríos en la consecución de tus proyectos, para luego sentir la frustración de no haber continuado. Pareciera que nuestro propósito se ha desdibujado, que nuestros sueños están heridos de muerte antes de nacer.

No obstante, lo que pareciera ser un caos para nosotros, se convierte en la oportunidad de otros. Todo depende de la perspectiva de nuestra visión. Cuando nos concentramos en las dificultades, inconscientemente vamos estrechando el camino de nuestras posibilidades. El apóstol Pablo, en su preciosa epístola a los Filipenses (3:12-13) lo expresa de esta manera: “No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí.Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta”… 

Una vez más, comprendemos que mirar al pasado para agradecer todas las veces que hemos caído y nos hemos vuelto a levantar, es la única justificación para volver nuestras miradas atrás. Hoy, lo importante es enfocarnos en continuar el camino, tal como lo expresa el apóstol cuando dice “sigo adelante”. Hay una historia real que papá solía contar hablando sobre el no mirar atrás: En el año 1954, durante los juegos del Imperio Británico en Vancouver-Canadá, el corredor John Landy quien para la época era el corredor más rápido, en la carrera de ese año, llevando una buena ventaja sobre su contrincante Roger Bannister, cometió un error fatal, miró hacia atrás, para ver dónde iba su rival y este simple movimiento lo desconcentró de tal manera que disminuyó su velocidad, mientras Bannister pasó a su lado y ganó la carrera. La meta estaba delante del corredor, era su conquista, pero él miró atrás. 

Perseguir un sueño no es ser un iluso. El vivir pisando firmemente la tierra no tiene porqué impedirnos ir tras la consecución de la visión que expresa nuestros más profundos deseos, mientras nos permite desarrollar nuestros talentos. Ser realista no significa que los sueños deban morir. Al contrario, el no tener ningún tipo de sueño o meta nos conduce a una vida sin propósito. La falta de visión nos lleva a la deriva, como un barquito de papel en un impetuoso río. Para continuar el camino en la vida hay que visualizar la cima, de otra manera el camino puede convertirse en un laberinto. No obstante, nuestros sueños no siempre se hacen realidad como los imaginamos; por esa razón, son necesarias la paciencia y la resiliencia; estas virtudes nos permitirán siempre ver el horizonte a través de otra ventana.

No puedo concebir continuar el camino en la vida sin Dios, por ende, sin la oración. La oración sacia esa sed de nuestro ser interior por algo más profundo y verdadero que todo aquello con lo que lidiamos en nuestra cotidianidad. Dios nos creó de tal manera que nuestro interior es un molde que solo alcanza la plenitud cuando tenemos comunión con El. Y cuando esta comunión es parte de nuestra cotidianidad las cosas más ordinarias de la vida pueden volverse extraordinarias. La oración nos conduce a todas las respuestas de esa búsqueda espiritual que el ser humano ha tenido a través de la historia. Como lo dijera San Agustín: “Nuestros corazones permanecerán inquietos, sin descanso, hasta que hallen paz en Dios”.

Todos nos concentramos en adquirir nuevas habilidades, queremos lucir mejor cada día a pesar de los años. Hacemos toda clase de esfuerzos por mantener nuestros cuerpos en el mejor estado posible y esto es no solo necesario, sino muy motivador. Además, alimentamos nuestro intelecto, nos formamos, buscamos diferentes maneras de instruirnos en diversas áreas. Pero, qué hacemos para alimentar nuestro espíritu, para conectar con lo más profundo de nuestra propia naturaleza humana, nuestro Creador. 

Orar por nosotros mismos nos permite concebirnos en el concepto del equilibrio que nos proporciona el sentirnos amados por Dios y, al mismo tiempo, sabernos tan sencillos y humildes ante su grandeza. Orar por otros es una demostración silenciosa pero contundente del amor. Para continuar el caminocomo familia, como comunidad y como nación es necesario practicar la intercesión, orar por otros.  Un día, pensando en cuánto he llegado a amar a personas por quienes he dedicado tiempo delante de Dios, me encontré con estas palabras de C.S. Lewis, las cuales describen hermosamente lo que significa orar por otros: “Orar por otro es decir _te amo_ a escondidas, es amar sin ser visto, sin audiencias, ni aplausos; es fortalecer al otro y abrazarlo invisiblemente.”

La oración nos abre los ojos ante la perspectiva divina, nos permite priorizar cada vez más alejados del egoísmo y más cercanos al amor. El mundo de hoy gira bajo la mirada miope de lo inmediato, nos hace pensar en lo momentáneo como si fuera lo definitivo, nos muestra el maquillaje como el verdadero rostro, los aplausos como la gloria eterna. El mundo de hoy se esconde detrás de los filtros, se olvidó que la verdadera belleza nace de esa armonía interior que produce el estar en paz con nuestro Creador y con nosotros mismos.

Para continuar el camino es necesario cambiar las prioridades que hemos establecido como sociedad. Si la prioridad es impactar positivamente la vida debemos quitar los filtros y mirar la necesidad.

Finalmente, para continuar el caminodebemos ser entusiastas de la vida. La palabra “entusiasmo” viene de dos palabras griegas. Por una parte, el vocablo “en” que significa “dentro”. Y por otra parte, el vocablo “theos” que significa Dios. El entusiasta, el que tiene gozo en el alma, es aquel que está dentro de Dios y Dios dentro de él.

¡Sigamos adelante!

“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. II Timoteo 1:7.


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