Si hay algo que siempre he admirado es la fe demostrada por los diferentes personajes de los que podemos saber a través de las Sagradas Escrituras. Causa perplejidad cuando leemos: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba”. (Hebreos 11:8) Esas últimas palabras …y salió sin saber a dónde iba… resuenan dentro de mi, me confrontan con mi vida de fe. Y, al mismo tiempo, parecieran develar el misterio del significado de la fe.
Ciertamente, no hay nada que produzca mayor seguridad que el saber anticipadamente, que el tener un mapa que seguir, que el poseer las estrategias para enfrentar los diversos e innumerables desafíos que se nos presentan en el recorrido de la vida. Sin embargo, Abraham salió de su seguridad para responder obedientemente a un llamado. Salió sin saber a donde iba; lo que sí sabía, lo que era su convicción, la certeza en su ser interior, era que iba al lugar que recibiría como herencia.
El capítulo 11 de la epístola a los Hebreos, la cual suele adjudicarse al apóstol Pablo, comienza con esta aseveración: “Es, pues, la fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Una declaración corta y muy precisa; pero, profunda y muy significativa.Por una parte, el latín certus junto al sufijo eza da origen a la palabra certeza. Primero, el término certus significa seguro, cierto, verdadero. Segundo, el sufijo eza el cual significa cualidad. De tal manera que la certeza es la cualidad de estar seguros.
Cuando tenemos certeza acerca de alguien, estamos seguros que esa persona responderá a nuestra confianza sin defraudarnos. Al mismo tiempo, la certeza se fundamenta en el carácter indubitable de la verdad. Cuando creemos en alguien, tenemos la certeza que el proceder de esa persona estará fundamentado en lo verdadero de los principios que guían su conducta. Cuando creemos en Dios, tenemos la certeza de su existencia.
Por otra parte, el latín convictio es el término que le da origen a la palabra convicción en nuestra lengua castellana, significa creencia fuerte. No por azar los componentes de esta palabra son, en primer lugar, el prefijo con que significa junto y todo. En segundo lugar, el verbo vincere, que significa vencer. Y en tercer lugar, el sufijo ción que significa acción y efecto.
Por esa razón, hablamos de nuestras convicciones como de esas creencias que en el camino de la vida nos hacen capaces de vencer los obstáculos que inexorablemente se interponen ante nosotros. La acción de creer, de estar persuadidos, nos capacita para vencer. Todos los logros en la vida están determinados por el principio del convencimiento. Para alcanzar una meta debemos primero, estar convencidos de lo que queremos y del camino para lograrlo.
Aunque algunos separan las creencias de las convicciones; ya que exponen que las creencias corresponden a la fe, mientras que las convicciones corresponden a la razón, es un argumento válido que la palabra creer significa estar convencido espiritualmente, no tener dudas. En consecuencia, es la convicción junto a la certeza lo que nos capacita para creer. El creer son razones del corazón, no de la mente. El creer es la acción que nos lleva a Dios. El mismo autor de los Hebreos nos dice en el verso 6 del capítulo 11: “Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”.
Es hermoso saber a través de este verso que nuestra fe agrada a Dios y que nunca el acto de creer pasa desapercibido para Él; pues, El galardona, premia, a los que creen. Los evangelios están llenos de ejemplos de fe que obraron milagros. Me causa fascinación pensar en aquella mujer del flujo de sangre; pensar que a pesar de su debilidad debido a todos los años que llevaba enferma, visitando médicos en diferentes lugares sin encontrar sanidad, al oír acerca de Jesús, supo en su corazón que era el Mesías prometido, y su fe le dio la fuerza física de la que carecía, para ir a buscar al Señor de los milagros. Ella se repetía una y otra vez: _Si tan solo tocare su manto… Y al tocarlo inmediatamente la sangre cesó. Le fue hecho como creyó, tan solo tocó el borde su manto y Jesús sintió que poder había salido de él. Al despedirla le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz”. Lucas 8:43-48.
Otra historia que también me causa admiración y asombro es la del centurión romano, pues esa historia nos muestra que no importa la condición social, económica o de poder de una persona, cuando nos encontramos frente a la imposibilidad de nuestra humanidad es sólo la fe el puente que nos conecta con la bondad de Dios, para que nuestra imposibilidad sea convertida en un milagro. El centurión reconoció que era indigno de que Jesús entrara en su casa; pero, siendo él mismo un hombre de autoridad, le dijo: “Solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a este: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace”. Jesús quedó maravillado de la fe del centurión y dijo: “De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe”. Entonces Jesús le respondió al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora. Mateo 8:5-13.
La fe nos devuelve la vista espiritual, nos permite ver con los ojos del alma, descubrir lugares insospechados de un mundo que sólo es accesible a través del creer. Así como ciertamente, le devolvió la vista al ciego Bartimeo. Un hombre que había deambulado en la oscuridad por muchos años y al escuchar a Jesús, le gritaba incesantemente: _ ¡Jesús, hijo de David ten misericordia de mí! A lo cual Jesús respondió mandando a que lo trajeran ante él. Entonces, Bartimeo, se levantó y fue a Jesús; pero, primero arrojó su capa, en un acto muy significativo, como si la capa se tratase de la duda, de la ceguera espiritual. Y cuando llegó cerca del Maestro, Jesús le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y Bartimeo respondió: Maestro, que recobre la vista.Entonces, Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Cuentan las escrituras que Bartimeo recobró la vista y seguía a Jesús en el camino. Marcos 10:46-52.
También el apóstol Juan nos relata en su evangelio una de las historias más contundentes de fe, la historia de los hermanos Marta, María y Lázaro, amigos muy amados del Señor. Lázaro enferma y muere, pero el Señor no está presente para sanarlo, como lo demuestra el pasaje cuando nos relata: “Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Así como nos muestra también cuanto ella creía en Él: “Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará”. Jesús le respondió a Marta: Tu hermano resucitará.Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo. Todos sabemos que esta historia termina con la asombrosa resurrección de Lázaro. Juan 11:17-44.
Todo comienza con una declaración de fe, con una plegaria, una petición, una expresión de nuestro deseo de recibir Su favor. La palabra expresada afirma nuestro corazón en el creer. Creemos con el corazón y confesamos con la palabra hablada. Así nos enseña el apóstol Pablo en su carta a los romanos: “Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos:Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.Romanos 10:8-11.
Pues la Escritura dice:
“Todo aquel que en él crea, no será avergonzado”.
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