La hegemonía de cuando en vez parece hacer concesiones a la oposición política. Pero no son cesiones de nada: son regalitos envenenados. Regalitos porque de lejos tienen pinta seudo-democrática. Envenenados, porque corroen aún más a esa oposición, y al hacerlo el continuismo tiende a mantenerse. Un negocio redondo para Maduro y los suyos.
Las supuestas negociaciones son un caso típico. Se instalan con pompa y circunstancia, no llegan a ninguna parte útil para el país, oxigenan al poder establecido; y todo se pone peor hasta el nuevo capítulo.
La fantasía comicial es otro tipo de regalito con veneno. La hegemonía convoca votaciones cuándo le da la gana. Las controla cómo le da la gana. Las publicita como un triunfo de la democracia universal, y los llamados contendores, unos por temor y otros por avidez, le siguen el juego a la hegemonía. A estas alturas ya no hay inocencia que valga.
Así el país se cae a pedacitos, y el tema principal de los voceros opositores, con pocas excepciones, es la primaria para seleccionar el candidato presidencial. Tema pertinente en una democracia funcional, pero absurdo en un país sometido por una hegemonía despótica y depredadora, y que además padece una catástrofe humanitaria, en la que los derechos humanos son víctimas mortales.
Hay también regalitos patrimoniales que son bastante onerosos y envenenan la convivencia social y los valores de una nación digna. Ya hablaremos de esto con menos brevedad.
Venezuela no necesita regalitos de veneno. No. Necesita cambios radicales en lo político, económico y social. Necesita abrir una etapa histórica sin el tóxico del despotismo y la depredación. Sin el veneno de la complicidad. ¿Esto es posible? Desde luego que sí.
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