La homosexualidad fue descriminalizada en China a partir de 1997 cuando se abolió el artículo del Código Penal que condenaba las relaciones entre personas de un mismo sexo como un “crimen de comportamiento inmoral”. A ello contribuyeron notablemente activistas de los movimientos LGTBI en Hong Kong y en Taiwán. No obstante, desde la accesión de Xi Jinping al poder en 2013, las organizaciones que se ocupan de los derechos de este colectivo y de las minorías sexuales conocen restricciones draconianas para su implantación y limitaciones serias al derecho de expresión.
En este momento, cuando ya se encuentra bien avanzado el Tercer Milenio, los casos específicos de indefinición de identidad de género se continúan considerando patologías médicas en China y, mientras esto ocurra, los derechos de estas personas seguirán manteniéndose en una suerte de esfera gris que provoca enormes distorsiones.
En la China de nuestros días la particularidad de ser transgénero se califica como “transtorno mental”. Así lo muestra un reporte de Amnistía Internacional. La consecuencia social de admitir voluntariamente la condición de “trans” es la estigmatización o la exclusión. La discriminación legal o política hace que sus protagonistas estén compelidos a esconder su condición o, peor que ello, los inclina hacia formas no ortodoxas de tratar su “anomalía” con medicaciones prohibidas o con autocirugías mutilantes.
Las cirugías y los tratamientos de afirmación de género sí existen dentro de la sanidad pública pero requieren del consentimiento familiar y es allí donde entran a jugar los juicios de valor que los excluyen socialmente. Los médicos del sistema de salud oficial mantienen una actitud reprobatoria lo que no facilita ni los tratamientos ni la aceptación de su particular situación. Allí los abusos son comunes. Es así como los pacientes, con frecuencia, se ven obligados a soportar terapias de electrochoque usadas para provocar dolores terribles a quienes experimentan inclinaciones homosexuales o problemas de identidad sexual. En definitiva, todo un componente moral impuesto por las autoridades se desata para penalizar a toda una comunidad minoritaria de individuos que terminan inclinándose a soluciones personalizadas y la automedicación para resolver sus “anomalías”. Es por ello que el mercado negro de hormonas se ha vuelto un recurso muy buscado por quienes padecen vergüenza por su “transtorno”.
Es bueno reconocer que si existen casos que han sido resueltos en los Tribunales a favor de los demandantes de protección de sus derechos humanos y en contra de la discriminación fundada en la identidad o inclinación sexual. Lo negativo es que estas decisiones judiciales no provocan un efecto disuasivo de quienes transgreden los derechos humanos, por ejemplo, en el caso de las clínicas especializadas en siniestras terapias forzadas de conversión.
El problema es, como todo lo chino, de inmensas proporciones. Si aplicamos a China las variables estadísticas que establecen que el 0,6 % de los ciudadanos estadounidenses se reconocen a si mismos como trans, ello equivaldría a que en el Imperio del Medio existen más de 8 millones de personas en esa situación.
Una encuesta dl la ONG Centro LGBT de Pekín establece que 62% de los transgéneros chinos sufren de depresión y que la mitad de ellos ha considerado el suicidio. 1,3 ciudadanos de cada 10 lo han puesto en práctica.
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