(Este artículo fue publicado el 10 de noviembre de 2020 en El Nacional. Se vuelve a publicar hoy por ser el centenario del nacimiento de Carlos Andrés Pérez y por mantener su vigencia).
El 27 de octubre de 2020 Carlos Andrés Pérez habría cumplido noventa y ocho años. Para rendirle homenaje a su memoria, sus hijas, Sonia, Martha y Carolina Pérez Rodríguez invitaron a una misa oficiada por el padre Carlos Porras. Finalizada la misa, se celebró un acto alrededor de su tumba con palabras de Alberto Arteaga Sánchez, Carlos Canache Mata y mías. Fue muy grato haber compartido tribuna con tan distinguidos venezolanos en un momento importante para las hijas, nietos, bisnietos del expresidente, y para quienes fueron sus amigos más cercanos. Y es a esto a lo que voy a referirme a continuación.
Mi intervención fue decidida al momento de comenzar el homenaje junto a la tumba del expresidente. Sonia Pérez Rodríguez (la hija mayor de CAP) y Virgilio Ávila Vivas me invitaron a dirigirme a los presentes. Acepté la invitación sin vacilar. Entendí que el azar me había puesto en el camino la posibilidad de enviar un mensaje de amistad y reconciliación. Era fácil pensar que mis palabras, en ese lugar y momento, podrían ser aplaudidas o criticadas, dependiendo de las miradas de cada cual. Para mi grata sorpresa, fue lo primero lo que ocurrió.
Es mucho lo que puede decirse sobre la significación histórica de Carlos Andrés Pérez. Tuvo éxitos y fracasos, como ocurre con todo hombre público. Ya ha transcurrido tiempo suficiente para reflexionar sobre unos y otros desde la objetividad que ofrece la distancia histórica.
En relación con los errores, podría señalarse uno que merece reflexión: no haber prestado suficiente atención al sistema de estudios que se desarrollaba en la Academia Militar desde que surgió el plan educativo-militar experimental Andrés Bello, el cual se diseñó a partir de 1971. Al examinarse el programa curricular se advierten algunas materias más apropiadas para una escuela de ciencias políticas que para una escuela militar. Parece que se estuviesen formando oficiales para la política y no para la guerra. Un modelo muy distinto al usado en prestigiosas academias militares como West Point, por ejemplo. El resultado fue claro: la politización de la Fuerza Armada. Entonces, hubo una omisión de la dirigencia civil que se inicia en el año 1971, y se extiende en el tiempo hasta producir sus efectos en 1992 con el movimiento militar que proclamó la “revolución bolivariana”.
El propio Carlos Andrés Pérez admitió con coraje los errores cometidos en la delicada materia militar. Lo dice así: “Creíamos que la educación militar iba por los caminos democráticos porque supervisábamos desde afuera la Academia militar y no desde adentro (…) La educación militar no respondió a los objetivos de la democracia a pesar de todo el esfuerzo que se hizo. Se formaban nuevos generales, nuevos hombres para tomar el poder y ponerlo a su servicio (…) Claro, no se puede generalizar. La democracia venezolana tuvo y tiene extraordinarios oficiales a su servicio (…) La Fuerza Armada enfrenta un desafío ineludible: sirve a Chávez o sirve a Venezuela” (Ramón Hernández y Roberto Giusti: Carlos Andrés Pérez: Memorias proscritas. Caracas, Libros El Nacional, 2006, p.418).
La lectura de las reflexiones del expresidente en esta materia permite deducir que los militares no se estaban formando para la ingeniería militar y para la guerra sino para la política. Fue algo parecido a la formación militar que recibió Marcos Pérez Jiménez en la Academia Militar de Chorrillos, en Perú. El objetivo era gobernar y someter al poder civil. Este asunto merece una sincera y profunda reflexión. La autocrítica de Carlos Andrés Pérez en esta materia constituye un valioso material para la discusión.
La lista de aciertos es larga y escapan a las breves dimensiones de este artículo, pero hay algunas que no pueden pasar inadvertidas. La nacionalización del petróleo (más allá de las distintas posiciones sobre si fue conveniente o no), el plan de becas Gran Mariscal de Ayacucho, la elección popular de los gobernadores -pese a la oposición de su partido- y la política internacional.
El proceso de creación de Petróleos de Venezuela se hizo de una manera ordenada. Prueba de ello es que se consolidó una cultura corporativa que respetaba la meritocracia. El personal que había sido entrenado por las empresas que fueron nacionalizadas continuaron sus labores en el nuevo ambiente que las cobijaba. Todo funcionó muy bien hasta que este grupo de expertos fue expulsado de la industria en el año 2002 por el entonces presidente Hugo Chávez, para convertir la industria en “roja rojita”. Lo que ocurrió después es sobradamente conocido.
El plan de becas Gran Mariscal de Ayacucho, que permitió a los estudiantes venezolanos realizar estudios en el exterior, fue un acierto indiscutible. Las bondades de este plan quedaron demostradas con aquellos que luego se destacaron dentro y fuera de Venezuela. Algunos prestaron servicios en el segundo gobierno del presidente Pérez como ministros.
La elección de los gobernadores fue otro aspecto a destacar. Esta se fue aplazando por la falta de interés de los partidos. Sin embargo, CAP la impulsó hasta lograrla. Fue una manera de ceder el poder de designar a dedo a los gobernadores. (Esto de renunciar a cuotas de poder tiene un antecedente en el gesto del general Eleazar López Contreras, quien en la Constitución de 1936 se redujo el período presidencial de siete a cinco años).
La política internacional tuvo logros relevantes. Entre los varios ejemplos que pueden mencionarse, hay que destacar el vigoroso apoyo de Carlos Andrés Pérez, Alfonso López Michelsen, Daniel Oduber y José López Portillo a la firma el 7 de septiembre de 1977 de los tratados Torrijos-Carter que permitieron a Panamá tomar el control del canal a partir del 31 de diciembre de 1999. Desde el gobierno de los Estados Unidos, el presidente Jimmy Carter tuvo la voluntad política de culminar el tratado, lo que constituyó un logro para Panamá.
Asimismo, el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez tuvo una participación eficiente en la defensa de los perseguidos políticos de las dictaduras de la época. Aquí se deben recordar dos casos emblemáticos. El primero fue el del poeta caroreño Ali Lameda, quien, pese a ser miembro del partido comunista venezolano, fue apresado en Corea del Norte por decir unos chistes contra el dictador Kim-Il-sung. Por ese hecho irrelevante fue sometido a prisión y torturas. El gobierno de Pérez negoció con el régimen coreano su liberación, lo que consiguió el 27 de septiembre de 1974. El segundo caso se refiere a las gestiones del canciller de la época, realizadas ante el régimen chileno en 1976, para solicitar la liberación de un grupo de presos políticos, víctimas de la dictadura. Entre ellos se encontraba Luis Corvalán, a la sazón secretario general del Partido Comunista chileno. Meses después de la solicitud formulada por el gobierno nacional, Corvalán fue liberado y salió al exilio.
Más allá de los errores y de los aciertos de Carlos Andrés Pérez, hay que reconocer su compromiso democrático, haber ejercido la política sin sectarismos y el respeto por la palabra empeñada. Esto último fue un rasgo muy poderoso entre los grandes líderes de la era civil.
Estos méritos los destaqué ante el grupo de familiares y amigos que concurrió a su homenaje en el cementerio el 27 de octubre de 2020. Y reitero todo esto animado por la amistad que me une a sus hijas, por quienes siento estima personal y admiración intelectual. Como dice Sándor Márai en El último encuentro: “la amistad es la relación más noble que pueda haber entre los seres humanos”, lo que no es algo fútil en tiempos de división, intolerancia y resentimientos.
Ojalá que el espíritu de reconciliación que reinó en el acto objeto de este artículo sirva de referencia en la búsqueda de la necesaria unidad para la recuperación de Venezuela. Este es un valor de la política que hay que reivindicar.
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