La “salida” de la situación venezolana se pinta tan engorrosa, torpe y poco transparente como lo ha sido todo este período autodestructivo. Ilusos han sido quienes creyeron que todo se podría solucionar con alguna varita mágica, o switch eléctrico para despejarlo todo y tener un inmediato despertar, como de una pesadilla.
Lamentablemente, en estas latitudes siguen vigentes patrones autoritarios autóctonos, que poco o nada tienen que ver con ideologías o trapos rojos: Basta recordar la prolongadísima hegemonía del PRI y las masacres de Tlatelolco y Ayotzinapa en México para captar que de poco sirven el civismo y el patriotismo donde se desprecian valores democráticos, se adoran gobiernos “a lo macho” y se estimula la vocación de esclavos lambucios, ladinos y pedigüeños.
Aquí la realidad es un panorama arrasado en casi todos los órdenes: Somos un país minero, mono-productor, cuyo producto básico camina rápidamente hacia la obsolescencia, y con un aparato extractivo en ruinas que para revivir exige cifras astronómicas y lustros de trabajo en serio.
La farsa que pretendieron llamar “revolución” resultó un estéril callejón sin salida, melancólico, tedioso y deprimente, acorralado por sanciones, cercado por sus propias deficiencias e ineptitud. Acá apenas se sobrevive, se vegeta, pero ni se vive a plenitud ni se convive – y esto – de uno u otro modo – afecta a todos, tirios y troyanos.
El pozo se secó y a la alucinación de “socialismo del siglo XXI” se aferra apenas una minúscula camarilla arrinconada, en bancarrota, impotente ante todos los problemas nacionales y sin futuro; precariamente apoyada en una mercenaria guardia pretoriana, que solo sabe tirar torpes zarpazos.
Todo confluye para enturbiar la visibilidad sobre el futuro – pero si hay algo universalmente cierto en la vida es el cambio; y aquí vendrán cambios, aunque muchos se empeñen en negarlo – y vendrán más por necesidad absoluta que por voluntad de las partes en conflicto.
Por todo eso la “salida” en Venezuela resultará vergonzante para muchos en ambos extremos del espectro político, pues aquí no está planteado apenas un cambio de rumbo sino toda una operación de rescate y salvamento, donde todas las partes tendrán que comulgar con ruedas de molino y postergar ajustes de cuentas para mejor momento. Habrá permutas, canjes, cambalaches, o trueques, nada bonito – pero sí habrá cambios. Y quizás una nueva oportunidad.
La historia no se detiene, pero en este caso sin fin de curso y reparto de premios: La gran piñata del pasado está apaleada, vacía y rodando por el suelo.
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