Desde el punto de vista lingüístico un insulto es una expresión pragmática cuyo objetivo es transmitir un significado específico y apelativo con la intención de injuriar u ofender. A veces el significado objetivo de la palabra no es en absoluto ofensivo; sin embargo, el contexto social lo convierte en un insulto. Otras veces, hay palabras que debido a un hecho en particular en el cual fueron usadas, comienzan a considerarse como insultos. Y hay aquellas, cuyo uso frecuente produce un vacío de significado, por lo cual su naturaleza ofensiva se suaviza con el transcurrir del tiempo. Del mismo modo, las palabras que se usan como insultos están sujetas no solo a la subjetividad de quien las articula sino de quien las recibe. También están sometidas a la variación social, etaria, geográfica y particular del núcleo íntimo de personas de quien las profiere.
Desde el punto de vista psicológico un insulto causa una herida, minimiza el concepto propio, refuerza prejuicios, realza y acentúa estereotipos. Los constantes insultos recibidos durante la niñez suelen ser la causa de múltiples problemas en la adolescencia y adultez. Los insultos hacen el trabajo contrario a la aprobación y afirmación, ellos horadan la valía propia; muchas veces causando estragos en el desarrollo de la personalidad. Los psicólogos denominan “narcisistas” a aquellas personas que no dudan en usar el insulto como un arma para exaltarse a sí mismos mientras minimizan o denigran de otros. Generalmente, los narcisistas están repitiendo un patrón del entorno en el que crecieron. Vuelcan su frustración y dolor acumulado en la niñez a través de una comunicación violenta que les proporciona estatus y poder sobre otros.
Etimológicamente, el verbo insultar viene del verbo latino insultare cuyo significado literal es asaltar, por una parte, y por otra, desafiar. Podríamos decir, en sentido figurado, que insultar es saltar sobre otra persona desafiando su intelecto, su integridad y dignidad como ser humano. Insultar es una agresión verbal, es un puñetazo de la lengua dirigido a la esencia del ser interior, al alma, a la psique. Tanto el que insulta como el que recibe el insulto hace uso de lo que la neurociencia ha llamado la memoria semántica, la cual se refiere al conocimiento acumulado que permite otorgarle significado a las palabras o expresiones que recibimos. La persona que insulta expresa en su conducta la falta de auto-control para expresar lo que siente. No hace una buena gestión de sus emociones. Generalmente está convencida de que el otro tiene la culpa.
Cuando los insultos recibidos dan la señal de amenaza, la persona insultada experimenta cambios fisiológicos como el aumento en el ritmo cardíaco, dilatación de los vasos sanguíneos y cambios en la digestión. Todo depende de cómo se procesa la información contenida en el insulto, en relación a experiencias previas o, en relación a miedos e inseguridad propia. También, depende de quién es o qué representa la persona que profiere el insulto. Así como también depende de los prejuicios contenidos en el insulto que nos conceptualizan de una manera errada. El psiquiatra austríaco Viktor E. Frankl, sobreviviente de varios campos de concentración durante la II Guerra Mundial, entre ellos Auschwitz, dice en su libro El hombre en busca de sentido, que más allá de todo el dolor infligido por los nazis, con el maltrato físico, la precaria dieta alimentaria a la que fueron sometidos y toda la condición de insalubridad del campo, no hubo para él, un dolor más profundo que el de los insultos cargados de prejuicios en contra de su fe, su nacionalidad, su capacidad y su condición humana per se.
El psicólogo Sebastian Mera hizo una explicación sobre la naturaleza del insulto utilizando el acrónimo de la propia palabra. A saber, I.N.S.U.L.T.O (Intimidar, Negar, Salvaguardar, Ultrajar, Lacerar, Territorializar y Ocluir. De manera sucinta lo describimos así:
Intimidar: El agresor verbal amedrenta mediante el insulto y su entusiasmo aumenta en forma directamente proporcional al debilitamiento del receptor.
Negar: El agresor ignora al receptor mediante la exclusión para no aceptar la contraargumentación.
Salvaguardar: Básicamente, es un insulto cuyo propósito es la venganza, mediante el cual persigue recuperar una posición previa en detrimento del otro.
Ultrajar: Representa una de las funciones más abusivas del agresor. Es un insulto cuyo objetivo es menoscabar la autoestima del otro. Es también el insulto de herir por herir, por el placer de recrearse en el mal.
Territorializar: Es una de las razones por las que la gente es más propensa a insultar, sencillamente para demarcar territorio, manteniendo una posición de poder.
Ocluir: Se trata del insulto liquidador, no tiene el menor componente racional. Es el que se profiere con el único fin de cerrar el canal de comunicación.
Generalmente, las personas que usan la ofensa como una herramienta de comunicación nos están mostrando lo que hay dentro de ellas, en pocas palabras, quienes son. Y eso me hace recordar la frase de la gran escritora estadounidense, Maya Angelou, quien dijo: “Cuando alguien te muestra quién es, créele la primera vez”.
La voz humana le da a las palabras las sombras de significados más profundos.
Bíblicamente, el apóstol Santiago en su epístola nos dice que todos en algún momento “ofendemos” y si hay alguien que pueda decir que no ofende es una persona cabal, capaz también de refrenar, junto con su lengua, todo su cuerpo. Santiago compara la lengua, como instrumento de la palabra, con las grandes embarcaciones, las cuales son gobernadas mediante un pequeño timón, el cual es dirigido a donde el que lo toma quiere. También, Santiago asemeja a la lengua con esa pequeña chispa que es capaz de incendiar todo un bosque. Nos explica cómo el ser humano ha sido capaz de conquistar todo tipo de bestia; pero, es incapaz de dominar un miembro tan pequeño como la lengua, que se jacta de tanto. Asimismo, nos exhorta a convertir nuestra lengua en una fuente de agua dulce; puesto que una misma fuente no puede producir agua dulce y agua amarga al mismo tiempo. De la misma manera, no podemos bendecir a Dios y al mismo tiempo maldecir al ser humano que Él hizo a su imagen y semejanza.
Finalmente, Santiago nos describe la actitud que está de acuerdo a los principios cristianos: “Los que tienen la sabiduría que viene de Dios, llevan ante todo una vida pura; y además son pacíficos, bondadosos y dóciles. Son también compasivos, imparciales, sinceros y hacen el bien. Y los que procuran la paz, siembran en paz para recoger como fruto la justicia”. Santiago 3:17-18.
La ofensa nace en el corazón cuando la envidia echa raíces de amargura y trae consigo toda clase de maldad. La ofensa demuestra la falta de sabiduría e inteligencia emocional de una persona. La ofensa es el arma de los que han perdido todo argumento en su razón y todo rastro de amor en su corazón.
“En fin, vivan todos ustedes en armonía, unidos en un mismo sentir y amándose como hermanos. Sean bondadosos y humildes. No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto. Al contrario, devuelvan bendición, pues Dios los ha llamado a heredar bendición”. I Pedro 3:8-9.
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