Vivimos rodeados de noticias, unas nos alegran el corazón, muchas otras nos causan tristeza, ansiedad e incertidumbre. Aquí y allá surgen situaciones que en minutos cambian la perspectiva del mundo, y de nuestro mundo. Basta dar una ojeada a los diferentes medios de comunicación para encontrarnos con un planeta convulsionado, incapaz de contener tantas injusticias, tantas incongruencias, tantas realidades que parecieran imposibles de cambiar.
En la actualidad, la pandemia fue una noticia global que explotó en miles de noticias particulares, de naciones, de pueblos y, más allá, trascendió en millones de millones de noticias personales marcadas por el impacto de la enfermedad con todas sus consecuencias. La ola de aquella noticia de tierras lejanas, de un virus en una ciudad de China, Wuhan, pronto se convirtió en un tsunami que involucró al mundo entero. Así, cualquier noticia de hoy, podría involucrarnos a todos, trayendo destrucción, tristeza y dolor; y en el peor de los casos, dejándonos sin esperanza.
En estos momentos el mundo entero se encuentra conmovido ante la decisión del presidente de Rusia, Vladimir Putin, de invadir Ucrania. Desde la II Guerra Mundial el mundo no había estado en una posición tan delicada. En este momento, las decisiones de unas pocas naciones, podrían comprometer a todo el planeta. Y una vez más, tal cual nos sucedió con la Pandemia, podemos tener la actitud de que eso no nos está pasando a nosotros, no me está pasando a mí.
Es algo que está sucediendo a miles de kilómetros de distancia del lugar donde me encuentro; a pesar de eso, en un abrir y cerrar de ojos podríamos estar envueltos en un conflicto bélico que nada tiene que ver con nosotros. Después de todo, de la misma manera que las noticias corren, llegando a los rincones más remotos de la Tierra; así también, el mal que cargan pareciera esparcirse como un virus. Que Dios bendiga a tanta gente inocente de ambos países, Rusia y Ucrania. A tantos que pueden palpar desde tan cerca los horrores de una guerra.
En lo personal nos sucede que la mayoría vivimos muchos días marcados por el ritmo de una cotidianidad, quizá amable; la cual nos ofrece la posibilidad de desarrollarnos en diversas áreas. Entonces, repentinamente, nos vemos sobresaltados por una noticia en particular, por una montaña que se erige ante nosotros como imposible de escalar. No obstante, en nuestro pequeño mundo, hemos decidido vivir el día de hoy, respirar profundo, clavar nuestros ojos en el Omnipotente y mantener nuestro corazón sintonizado con la necesidad, para prestar la ayuda necesaria, para convertirnos en puente, en manos que construyen, en brazos que rodean con amor.
Pero, las acciones de los que dirigen las naciones en nuestros días, dejan sin esperanzas a los pueblos. Les arrancan el derecho a vivir en paz porque en sus corazones hay guerra y tienen el poder para crearla. La guerra es toda una ironía del comportamiento humano. Como bien lo señala esa cita que dice que la guerra son jóvenes que no se conocen y mucho menos se odian, peleando entre ellos, a causa de algunos hombres viejos que se conocen y se odian pero no tienen el coraje de enfrentarse individualmente. Hombres de duro corazón que se sienten omnipotentes, dueños del mundo; cuya soberbia les ha cegado el entendimiento a tal punto que son incapaces de temer a Dios.
Así como nos es fácil perder las esperanzas hoy; de la misma manera les sucedió a las multitudes que seguían a Jesús de Nazaret en su paso por esta Tierra. Todas aquellas personas que le seguían, quedaron sin esperanza al ver a Jesús condenado a la peor de las muertes, la muerte de la cruz. Sin esperanzas porque fueron testigos de lo que para muchos fue luego la noticia del día. Estaban tristes porque la escena no inspiraba más que una profunda tristeza, pero quedaron sin esperanzas porque conocían un lado de la historia, pero desconocían la otra parte, la que sucedería pocos días más tarde. Para ellos y aun para sus discípulos, ya no había esperanza de ser alcanzado con el favor de aquel hombre que caminó por las calles polvorientas de Galilea, sanando enfermos, liberando cautivos, alimentando a muchedumbres, contándoles historias que tocaban sus corazones y les enseñaban a vivir.
En pocas palabras, si esa multitud, al igual que todos nosotros, hubieran creído en las palabras de Jesús, al igual que a las muchas profecías que tenían en las Sagradas Escrituras, habrían tenido sus corazones llenos de esperanza, esperando por su resurrección con entusiasmo. Al contrario, nos relata el evangelista Lucas (23:48-49.) que la multitud, al ver que los cielos se oscurecieron, y que el temblor de la tierra rasgó el velo del templo en dos, se fueron de aquel lugar donde Jesús fue crucificado, desesperanzados, golpeándose el pecho y llenos de remordimiento.
Si hoy viviéramos y miráramos al mundo bajo la perspectiva de las palabras de Jesús, el fundamento del cristianismo, seríamos capaces de vivir con esperanza aun en los momentos más oscuros por los que atravesamos; de la misma manera que los discípulos comprendieron a través del Espíritu Santo, todo lo que Jesús les había dicho y pudieron conectar con él todas aquellas escrituras, que como judíos, conocían acerca del Mesías.
Mucha gente hoy en día, inclusive muchos que de alguna manera han dedicado sus vidas a Dios, se sienten sin esperanzas ante el panorama mundial. Sin darse cuenta que el amor de Dios es inalterable, que en Él tenemos refugio seguro, la paz que el apóstol Pablo describió como la paz que sobrepasa todo entendimiento. Que el sacrificio de Jesús en la cruz sigue vigente para todo aquel que se acerque al trono de su gracia. Porque en Él podemos vivir, por la gracia de su amor que nos capacita para vivir cada día con confianza, sabiendo que a su lado nada ni nadie podrá hacernos daño.
Si tan solo pudiéramos ver que aquella profecía en el libro de Isaías se cumplió en Jesús, no seguiríamos buscando redentores, porque ya tenemos en quien creer. El profeta Isaías escribió aproximadamente unos 700 años antes de Cristo: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Dios cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”. Isaías 53:5.
Aunque esta profecía es muy dolorosa, saberla nos da la seguridad que esas palabras se cumplieron, con la intención de vencer al mal. Y Jesús no se quedó colgado en el madero. El apóstol Pablo en su carta a los Romanos lo expresa con contundencia y nos abre los ojos y el corazón a una visión clara de nuestra posición cuando hemos creído: ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo. Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Sin duda, la mejor noticia en el mundo.
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