Indiscutiblemente, la realidad supera la teoría. Particularmente, si la realidad en cuestión se desarrolla a la sombra de un sistema político despótico. De un régimen político que sólo atiende y entiende lo que sus ideólogos consideran conveniente. O propio de sus intereses y necesidades. No hay duda que los problemas que de estas situaciones se depara, tienen dos explicaciones.
La que se fundamenta en el poder, “consistente en los medios para obtener determinada ventaja futura” según Hobbes (cita del Leviatán). Y la que se cimienta en la política. Desde donde se posibilita articular desaciertos al voleo. Sobre todo, con la intención de problematizar cualquier solución que presuma dar con algún posible acuerdo entre tan encontradas equivocaciones.
Sin embargo, cuando las dificultades no son del carácter que de ellas se espera, indistintamente de la situación que las originan, son tildadas como argumentos endosados a la incertidumbre. Pero que en el terreno de lo fáctico, son calificados como problemas por la cúpula política que detenta el poder. Con ello busca erigirse un estado de crisis. O de caos, caracterizado por la incidencia de problemas no bien estructurados. Además, señalados como razones de alguna oscura estrategia política que resulta de precisa conveniencia al desorden político engendrado.
Es acá donde finalmente se confabulan causas con situaciones para luego convertirse en elementos de un juego político en particular. El mismo, dependiendo de la coyuntura en la que mejor calcen sus causales, es visto como plataforma de operaciones. Capaz de alterar, desvirtuar o modificar realidades en aras de causar la problemática necesaria que concuerde con las intenciones políticas que se tienen. Y previamente calculadas.
Es la forma que un régimen político emplea a fin de generar problemas que puedan desplazar o disfrazar a otros. De este modo, su aplicación permite adecuar tiempos y espacios en función de los planes que requiere la conjugación entre el poder y la política para así alcanzar los objetivos tramados.
¿Qué es un juego en política?
Y es lo que en el léxico del cual se vale la política para resolver sus enredos, se llama “juego político”. Así que un juego político, adecuado a aquellas circunstancias que tienden a favorecer la causa, es un juego preparado con base en la situación a la que sus factores toca. En dictadura, son juegos de la dictadura.
Sin embargo, estos juegos necesitan de componentes que delineen con mayor exactitud sus propósitos. Es así que estos juegos, requieren de condiciones personales en manos de quienes actúan como “avizores” de los juegos. Por eso se requiere del egoísmo. Más, por cuanto el egoísmo funciona con base en el criterio personal de “obrar para su propio interés”. Razón que se presta a que la persona se sirva de la “represión” o de otro ardid como soporte de su práctica. O sea, la combinación idónea para provocar un juego caracterizado por actitudes egocéntricas, intolerantes, seguras, arrogantes y dictatoriales.
Estos juegos de la dictadura, sin el componente que por otro lado define el egoísmo, poco o nada funcionarían. Así, cualquier necesidad de manipular, culpar, acusar e imponer, concuerda con los momentos que siguen los juegos de la dictadura.
El caso es que no hay realidad despótica en que la gestión política, no acuda a regirse por axiomas que determinan ciertos procesos de gobierno asociados a juegos específicos, como criterios básicos para sustentar los discursos que, a su vez, soportan tramadas perversiones. Y desde luego, oscuras intenciones gubernamentales.
Lo que bien o mal representa un juego político o de poder, es la oportunidad que se construye un gobernante con el fin de imponer su ideario. El problema está en que no siempre, lo que construye es expresión de lo que supone una continuidad político-histórica. Y es cuando la ambición de poder, supera cualquier postulado trazado sobre líneas políticas apegadas a promisorios y edificantes objetivos.
Es ciertamente el conflicto que se establece entre “verdad y poder”. Relación ésta que según Michel Foucault, filósofo francés, evidencia las fracturas que generalmente esconde una gestión rociada de populismo, demagogia y revanchismo.
¿Cómo se estructura un juego en dictadura?
Los juegos en todo régimen político autoritario hegemónico o totalitario fundamentalista, resultan en una relación entre un propósito calculado y los recursos necesarios para alcanzarlo. Habida cuenta que se realiza a manera de control político, social o económico. Pero al fin de cuenta es un control basado en el abusivo poder que se detenta y en el ejercicio de la política de solapada violencia.
Los juegos de la dictadura son en extremo, arriesgados toda vez que son puestos en práctica a medida que el régimen político comienza a advertir signos de ingobernabilidad bajo una gestión pública que muestra inconsistencias. Es entonces cuando se recurre a tales juegos de poder que, en dictadura, son demostraciones del escaso talante y talento de los gobernantes. Tanto como para ajustar condiciones políticas a rigurosos requisitos de poder.
El ejercicio del poder en dictadura, impone una “verdad supuesta y mampuesta”. Una verdad construida a la sombra de una ideología diseñada para conciliarse con eventos desligados de libertades, garantías políticas y derechos humanos. Por eso, el poder en dictadura necesita de la fuerza necesaria que pueda contener cualquier resistencia que se oponga a las imposiciones dictatoriales.
La imposición de poder en un régimen dictatorial, obedece a la necesidad de hacer valer “verdades” que busca reivindicar. Ello, a través de prácticas de represión, mandatos de opresión investidos del resentimiento desde donde vierte la inmoralidad propia de su disposición. Es así como refuta las ideas ajenas alegando que son falsas o que desvirtúan sus verdades.
En la lógica de la gestión gubernamental, existen cautelas en las actitudes de funcionarios de alto rango, resultantes del temor propio que induce cualquier intento de defenestración organizado por conspiraciones políticas. El efecto de las mismas gravita sobre sus actuaciones y modos de ejercer la política. Estos gobernantes buscan asirse a condiciones que provean la estabilidad que la gestión en proyecto demanda. Y para lo cual, se valen de estrategias que tiendan a asegurar la pertenencia y permanencia en el poder, tal y como se espera del mismo.
¿Qué implicaciones tiene un juego tramado en dictadura?
De ahí surgen los contubernios, maniobras, argucias y malicias, todas plagadas de desconfianza y nerviosismo, que inspiran la formulación de dramas, engañifas, calumnias o juegos preparados con la intención de confundir al adversario o antagonista político para entonces separarlo del camino. Es acá donde en dictadura, se valen de la perversidad que le imprimen a estos juegos creados a objeto de anular al opositor. De minimizarlo al extremo, como contendiente.
En dictadura, dichos juegos, muchas veces, alcanzan niveles inconcebibles de violencia. Juegos que no estiman su poder de disuasión, exclusión o anulación. Es ahí cuando se habla de: juegos basados en la escasez provocada,
Juegos basados en la intimidación forjada,
Juegos basados en la falsedad teñida de veracidad,
Juegos basados en la indiferencia fraguada,
Juegos basados en la necesidad clamada,
Juegos de resignación, exclusión o humillación.
Y pensar que estos son algunos de los juegos de poder pues son incontables los que acostumbra accionar una dictadura. O sea, una autocracia cuyos opresores, pretendiendo actuar desde la usurpación o de la fuerza, vulneran tantas leyes como valores, principios, libertades y derechos puedan lograr.
Es así como las realidades subyugan cualquier teoría. Así, los regímenes despóticos buscan hacer de las suyas con el auxilio de lo que la praxis política califica como los juegos de la dictadura.
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