En estos tiempos de pandemia en los que nos hemos visto abrumados ante la enfermedad y la muerte, muchas personas han expresado el profundo deseo que ha nacido en su ser interior por tener comunión con Dios. Una constante en esas conversaciones inquietas de amigos, familiares y desconocidos ha sido el ruego desesperado por encontrar la paz, por calmar esa ansiedad silenciosa que ha ido horadando su seguridad. Después de escucharles atentamente les digo que podría expresarles muchos de mis pensamientos y vivencias al respecto; sin embargo, les pido que me permitan en primer lugar, hablar con Dios, elevar una oración por ellos.
Al terminar la oración un inmenso silencio, bañado por algunas lágrimas, llena todo el espacio, todo el corazón. Y pareciera hablar miles de palabras que dan respuesta, la respuesta a esas almas abatidas. Porque la oración es un puente, tan pronto comenzamos a hablarle a Dios se restaura el vínculo, la amistad para la cual fuimos creados; la llenura del vacío de nuestras almas alejadas de Dios, la satisfacción de ese intrínseco deseo de comunicarnos con nuestro creador.
Dios nos creó para tener comunión con nosotros. Podemos vivir nuestras vidas sin comunicarnos con El y, ciertamente millones de personas viven de esta manera. Más aun, podemos pensar que no es necesario. No obstante, todos, desde el más poderoso hasta el más débil; desde el más rico hasta el más pobre, absolutamente a todos nos llega el día, el momento crucial de nuestras vidas en el que todos nuestros recursos son insuficientes, toda nuestra sapiencia es solo oscuridad ante el reto que debemos dilucidar, toda nuestra fuerza se desvanece ante el dolor y nuestra alma no encuentra sosiego. Todos nos encontramos cara a cara con ese momento de absoluta impotencia, entonces elevamos nuestra mirada al Cielo, porque no hay ateos en las trincheras.
Con el paso de los años he comprendido que ese silencio después de la oración, no solo ocurre debido al inmenso sentimiento que nos envuelve mientras la voz gentil de nuestra alma se expresa, sino porque en ese silencio está la primera respuesta. Juan Pablo II lo expresó de esta manera: “Orar no significa sólo que podemos decir a Dios todo lo que nos agobia. Orar significa también callar y escuchar lo que Dios nos quiere decir”. La Madre Teresa de Calcuta lo dijoasí: “La oración ensancha el corazón, hasta hacerlo capaz de contener el don de Dios. Sin El, no podemos nada.”
Cuando la oración no es solo ese grito desesperado del alma en un tiempo de tormenta, sino que la convertimos en un ejercicio diario, en un momento del día en el que nos dedicamos a pasar tiempo a solas con Dios, o acompañados con nuestro cónyuge, con nuestra familia, la oración se convierte en un refugio, en un manantial de aguas frescas como lo describe hermosamente el Salmo 23. “El SEÑOR es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; Junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma”… Con la practica, a lo largo de nuestras vidas no solo es un ejercicio espiritual diario sino que aprendemos a vivir en una oración.
Cuando no dedicamos intencionalmente tiempo a la comunión con Dios, a la oración, nos vamos secando por dentro, como un campo sin lluvias; inexorablemente perdemos contacto con lo más profundo de nuestra propia naturaleza, y perdemos nuestro sentido de propósito en la vida. Por el contrario, cuando decidimos dedicar tiempo a conversar con Dios se sucede un cambio en nuestro ser interior muy difícil de expresar en palabras; sin embargo, un cambio que se expresa de múltiples y preciosas formas en la vida de las personas que lo practican. Corrie Ten Boom la gran conferencista holandesa que le dio la vuelta al mundo contando su experiencia en Auschwitz solía preguntarle a la audiencia: _ ¿Es la oración tu volante o tu caucho de repuesto?
Al principio, al tratar de comenzar una vida de oración puede ser incómodo. Al mismo tiempo, podemos tener toda clase de obstáculos para cumplir con nuestro propósito. De tal manera que podemos desistir de la idea al primer intento. Pues, hay muchos intereses ocultos que se oponen a que establezcamos una relación de comunión íntima con Dios. Sin embargo, cuando persistimos, esa sensación de no encajar se va transformando hasta llegar a un estado de plenitud. Para comenzar, podemos ayudarnos con oraciones escritas por otros. Podemos tomar el Padre Nuestro y luego de rezar cada frase, darle libertad a nuestra alma para que se exprese.
Con el tiempo vamos descubriendo, para nuestra propia sorpresa, que Dios nos habla de las maneras más diversas que podamos imaginar. También entendemos que si Dios contestara todas nuestras oraciones, quizá el mundo sería un lugar más inhóspito de lo que ya es. Sencillamente porque muchas de nuestras oraciones han sido hechas desde nuestra perspectiva egoísta del mundo y de cómo debería ser nuestra vida. La oración embellece el alma, es gimnasia para el espíritu. Se expresa en una mirada limpia, en una voz apacible, en un carácter bondadoso, sabio y paciente. Así lo expresó el filósofo danés Soren Kierkegaard quien fue criado bajo el más estricto concepto religioso que lo alejó de Dios. Luego, de adulto, le dio rienda suelta a su rebeldía, viviendo una vida de excesos. Y más tarde, asqueado de su propia hipocresía decidió darle una oportunidad a Dios, o dársela a sí mismo con Dios: “La oración no cambia a Dios, pero si cambia a quien ora”.
La oración nos revela el carácter de Dios mientras moldea el nuestro. El profeta Jeremías en el Antiguo Testamento relata como Dios le mandó a ir a la casa del alfarero para mostrarle como El nos moldea de la manera que el alfarero moldea al barro. “Esta es la palabra del Señor, que vino a Jeremías: Baja ahora mismo a la casa del alfarero, y allí te comunicaré mi mensaje. Entonces bajé a la casa del alfarero, y lo encontré trabajando en el torno. Pero la vasija que estaba modelando se le deshizo en las manos; así que volvió a hacer otra vasija, hasta que le pareció que le había quedado bien. En ese momento la palabra del Señor vino a mí, y me dijo: Pueblo de Israel, ¿acaso no puedo hacer con ustedes lo mismo que hace este alfarero con el barro? —afirma el Señor—. Ustedes, pueblo de Israel, son en mis manos como el barro en las manos del alfarero”. Jer. 18.
No oramos para cambiar la voluntad de Dios, oramos para vivir conforme a su voluntad. Los caminos de Dios son muchas veces inescrutables, no podemos pretender que la oración sea una máquina dispensadora a la que le metemos algunas monedas, marcamos el producto que queremos y apretamos un botón para recibirlo. La oración trasciende mucho más allá de la relación pedir-recibir. El reconocido escritor y conferencista estadounidense John MacArthur lo expresa de esta manera: “La oración no es un intento de hacer que Dios esté de acuerdo contigo o de que provea para tus deseos egoístas, sino que es una afirmación de Su soberanía, justicia, y majestad y un ejercicio de conformar tus deseos y propósitos a Su voluntad y gloria”.
Para experimentar la realidad de la oración es necesario acercarnos a Dios con la convicción de nuestra necesidad de El y con la certeza que El ES, que El existe. El autor de la carta a los Hebreos lo expresa así: “En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que Él existe y que recompensa a quienes lo buscan”. (Hebreos 11:6)El primer paso de la fe es creer que Dios es y está por encima de todo. Cuando nuestros instrumentos desgastados se dan por vencidos, entonces la oración puede elevarnos para ser testigos del brazo extendido de Dios. El premio nobel de Medicina, el francés Alexis Carrel dijo: “Como médico he visto a hombres que después del fracaso de todos los procedimientos curativos, han vencido la enfermedad y la melancolía por el sereno esfuerzo de la oración”.
Finalmente, Charles Spurgeon, llamado el príncipe de los predicadores del siglo XIX, quien dejó un gran legado de literatura cristiana, describió la inmensa necesidad que tenemos de la oración con esta frase: “Nuestras necesidades son tan profundas que no debemos cesar de orar hasta que estemos en el cielo.”
Mi esperanza es que hoy sea el día en el que decidas dejar que Dios escuche la voz gentil de tu alma.
“Tu escuchas la oración, a Ti acude todo ser humano”. Salmo 65:2.
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