La película: “El silencio del mar” (1949) de Jean-Pierre Melville me causó una honda impresión. Su Director fue un integrante de la Resistencia francesa que tuvo que lidiar con la dolorosa y humillante derrota de parte del ocupante alemán en la II Guerra Mundial (1939-1945). Presentar al militar alemán como un hombre cortés, culto y civilizado destruyó en nosotros el estereotipo forjado por años de parte del cine de los vencedores, sobretodo, el estadounidense, en mostrarlos sin apenas humanidad. Aquí se explora la traumática relación entre el ocupante y el ocupado, el dominador y el prisionero.

Jean-Pierre Melville es chauvinista como lo fueron todos los europeos en el siglo XX en donde las rivalidades nacionales se exacerbaron hasta niveles exponenciales produciendo dos atroces guerras mundiales. Sólo que Melville quiere mostrar la cara digna y estoica de la víctima que fue Francia, soslayando la parte incómoda que significó la Francia colaboracionista de Vichy con Petain a la cabeza. En la película, inusual por su propuesta y técnicamente sobria, accedemos a un duelo entre alemanes y franceses desde la cortesía y la cultura.

El oficial alemán se siente un hombre que cumple con su deber patriótico y apuesta ingenuamente a un “casamiento” espiritual, una especie de reconciliación imposible entre el ganador y el perdedor de la guerra (el enamoramiento o atracción mutua entre él y la sobrina del viejo francés que se asume como su casero forzado es un ideal esquivo y trágico a la vez en torno a las aspiraciones humanas y las circunstancias que lo contrarían).

La realidad lo va desengañando hasta comprobar que el proyecto nazi no sólo es imperialista sino también genocida, de ahí su rendición personal, su retirada decepcionante. El francés, el viejo francés, estoico como una roca, al final le increpa acerca de las buenas y malas órdenes militares, las legítimas y aquellas que violan todos los códigos de honor y humanidad más elementales.

El gran protagonista de ésta película, casi en los albores de la pre-historia del cine, contemporánea de la muy influyente “El ciudadano Kane” (1941) de Orson Welles, es la gestualidad visual. No hacen falta las palabras porque los rostros y sus expresiones hablan por sí solos convirtiendo a la cámara en un pincel mágico, una fuente de luz maravillosa. Mellville, debutó en el cine con ésta película, la cuál sería muy influyente en la escuela de la “Nouvelle Vague”. “El silencio del mar” es una joya arqueológica de la cinematografía mundial.

@LOMBARDIBOSCAN


Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia

https://www.analitica.com/opinion/el-silencio-del-mar/

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