Le he oído decir necedades, incongruencias y toda suerte de insultos como formas para defender la destrucción de Venezuela que acometió junto a Chávez y bajo la tutela de Castro. Lo único que lo sostiene en la actualidad, porque ya ni sus seguidores lo escuchan es una cierta capacidad de “fuego” que emplea contra quienes están inermes, como usted que me lee y yo que escribo, que tengo como única arma un lápiz, una pluma o una máquina de escribir.

No me resultó novedoso, por lo ya dicho, que asumiera la defensa de un “contingente” de la guardia nacional que en el estado Mérida impidió la llegada de recursos: alimentos y “Dios mío” agua potable, a los damnificados por las torrenciales lluvias que azotaron el país, pero particularmente a Mérida.

El usurpador arremete contra el obispo que tuvo la valentía de denunciar el comportamiento de la guardia. Es un comportamiento aprendido, como lo es el reparto de las bolsas “clap”. De lo que se trata es de obtener el agradecimiento del pueblo por la largueza de sus gobernantes y custodios, que literalmente se quitan el pan de la boca para darlo al prójimo. La prueba irrefutable de tal generosidad la muestra la escuálida imagen del usurpador que contrasta con la robustez que exhiben quienes marchando a pie escapan del paraíso prometido por Chávez y el usurpador, buscando amparo y una nueva vida fuera de Venezuela.

Lo que faltaba nada tiene que hacer con la “cierta capacidad de fuego”, que en los sucesos de La Victoria, no de Aragua sino de Apure, pusieron de manifiesto que esa capacidad de fuego es “una cierta” que se muestra más cierta mientras más inermes se muestren los adversarios; y más “incierta” si el adversario dispone también de una capacidad como lo ratificaron los sucesos en la Cota 905 apenas ayer.

Sin embargo, lo que faltaba, más bien tiene que ver con su incapacidad, como lo dice el refrán “el que se va a caer no ve el hueco”, ya que el “usurpador”, o sea él mismo,  fue conocido durante los años de la “República Civil”, no todos sino cuando llegó a la edad de “ganarse el pan con el sudor de la frente” con el calificativo de “reposero” porque no iba a trabajar, sino a cobrar y eso, a pesar de que su trabajo, como chofer, era sentado. No puedo imaginar que niveles de “reposo” habría alcanzado, si su trabajo hubiera reclamado por algunos momentos algo que no pudiera hacer sentado, que requiriera estar de pie.

Pues bien lector, alguien avispado habría advertido que no debía tocar esa tecla, pero el usurpador ha tenido el “tupé” de acusar al obispo de no trabajar; y en el supuesto negado de que fuera verdad su afirmación y que efectivamente el obispo no trabaje, el uso del sentido común le habría advertido que atacara al obispo con otra acusación, lo más antitética posible a algo relacionado con el trabajo y el significado de que “el pan se gana con el sudor de la frente”.

Era esperar demasiado. Pero por no ser yo un conocedor de los refranes que se oyen y dicen en Venezuela, voy a tomar prestado de uno de los presidentes de los cuarenta años de la República Civil, el doctor Luis Herrera Campíns, un refrán que parece apropiado para aplicarlo a las actuaciones y sobre todo a lo que dice el usurpador. “El que nació para pobre y su signo es niguatero, manque le saquen la nigua, siempre le queda el agujero”. Por supuesto no quiero significar que el usurpador haya nacido para pobre, sabemos que no lo es, o al menos lo presumimos por el tren de vida que ostenta, aunque sea poco o escaso lo que alcanzamos a verle, pero damos por descontado que habiendo sido sacada la nigua, no queda rastro del agujero. No podemos dejar de recordar “que la mona aunque se vista de seda mona se queda” es aplicable por igual a los monos; y también a la especie humana que como nos enseñan los sabios, deriva de esos primates que pueden ser considerados tatarabuelos de los tatarabuelos.

https://www.analitica.com/opinion/lo-que-faltaba-2/

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