En los últimos artículos hemos venido haciendo un análisis de la humildad como una virtud esencial en la vida para establecer relaciones sanas, sólidas y duraderas. Hemos tratado de centrarnos en la perspectiva cristiana sobre la humildad, tratando de establecer con claridad un concepto que derrumba ciertos prejuicios inherentes a esta virtud. Lo cierto es que, al igual que siempre, nuestra motivación es llevar a nuestra vida cotidiana la practica de la doctrina cristiana expresada con tanta belleza y sencillez en los evangelios y las cartas de los apóstoles, así como en el Antiguo Testamento; pues, toda la Biblia está llena de relatos que revelan el carácter de Dios, así como su deseo para el ser humano. Hoy quisiera compartir un par con Ustedes.

El primero es la historia de Ana en el primer libro de Samuel, la cual nos revela claramente el corazón de una mujer cuya confianza estaba puesta en Dios. Ana era infértil lo que le causaba un gran sufrimiento. Su rival, Penina, la otra mujer de su marido Elcana (época en la que los israelitas consintieron la poligamia), tenía varios hijos e hijas. Y esta mujer la irritaba, burlándose de ella; entonces, Ana se entristecía mucho. Aunque era la preferida de su esposo y él siempre le decía: _ ¿No te soy yo mejor que diez hijos? Eso no consolaba a, porque ella anhelaba ser madre. 

Cuentan las Sagradas escrituras que un día, estando en el templo en el tiempo de ofrecer sacrificio, Ana lloró amargamente en la presencia de Dios y con dolor en su alma hizo una oración a Dios: _“Si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré al Señor todos los días de su vida”… I Samuel 1:11. Mientras Ana oraba en su mente, solo moviendo sus labios, el sacerdote Elí la tuvo por ebria. 

No obstante, Ana, humildemente, le respondió: “No, señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Dios. No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora”. Después de esta hermosa respuesta, en la que Ana abrió su corazón ante el sacerdote, éste le respondió: “Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho”. Entonces, nos cuenta la Biblia, que Ana se fue por su camino, luego comió, y la tristeza la abandonó.

La historia de Ana muestra dos aspectos que nos revelan una actitud de humildad. En primer lugar, Ana no cayó en la tentación de pelear con su rival, debido a las provocaciones de ésta. Ana, encomendó su causa a Dios, derramó delante de El la tristeza y amargura de su alma e hizo la petición por un hijo al Señor. En segundo lugar, Ana no actúo a la defensiva cuando el sacerdote Elí la tuvo por ebria, porque oraba con los labios pero su voz no se escuchaba. Ella comprendió que su juicio era errado, pero reconoció su posición de hombre de Dios y con sencillez le habló de su gran tristeza, de la congoja de su corazón. Entonces, el sacerdote la bendijo.

Ana, concibió y Dios a luz a Samuel, que significa pedido a Dios. Samuel fue uno de los más grandes profetas en la vida del pueblo de Israel. Un hombre que vivió en integridad de corazón y en una comunión muy íntima con Dios. Todo esto porque Dios escuchó la oración de Ana. Dios, quien conoce nuestros corazones, se agradó de la actitud de esta mujer, la cual no cedió a la amargura de su corazón. Esta historia despierta una profunda admiración por esta mujer, motiva, lleva a la comprensión sobre las aflicciones que vivimos en este mundo, las cuales pueden ser un puente para acercarnos cada vez más al propósito de Dios para nuestra vida.

El segundo relato es la historia de Rut, narrada en el libro que lleva su mismo nombre. Nos cuentan las Sagradas escrituras que Rut era una moabita casada con un hijo de Noemí, la cual era israelita. Fue un tiempo de gran hambruna en Belén, de donde eran Noemí y su esposo Elimelec, por esa razón ellos habían emigrado a Moab, donde sus hijos se casaron. Poco tiempo después de vivir allí, el marido de Noemí murió, y luego de unos diez años también murieron sus dos hijos. Desesperada ante tanta pérdida, Noemí decidió regresar a su tierra. Le expresa a sus dos nueras su decisión de volver, las bendice y se despide de ellas. 

Las nueras de Noemí, Rut y Orfa, lloraron profundamente ante la noticia de la partida de su suegra. Orfa la besa y se despide, pero Noemí se niega a dejarla partir sola exclamando: “No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga el Señor, y aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre nosotras dos”. Rut 1:16-17. Una declaración de amor que revela un corazón dulce, amoroso, elevado en la virtud.

Luego de esta declaración tan contundente de la voluntad de Rut, Noemí no insistió más en que se quedara en su pueblo y buscara a otro hombre con quien formar una familia. Entonces, las dos mujeres juntas emprenden camino a Belén. Al llegar a su pueblo Noemí es recibida con mucha algarabía, pero ella insiste en que no la llamen más Noemí, sino Mara, pues en gran amargura se encontraba su alma debido a la muerte de su esposo y sus hijos.

Era el tiempo de la recolecta de la cosecha de la cebada y Rut salió a buscar trabajo para proveer para su suegra y para ella. Sin saberlo, entró al campo de un pariente del esposo de Noemí, llamado Booz. En el campo de Booz, Rut habla con el mayordomo y le ruega que la deje trabajar. Al llegar Booz al campo, pregunta quién es esa joven que está segando, a lo que el mayordomo le responde dandole referencia sobre el impecable trabajo que la joven ha realizado. Booz se da cuenta que es la nuera de Noemí y acercándose a ella le dice: “Oye, hija mía, no vayas a espigar a otro campo, ni pases de aquí donde estarás junto a mis criadas. Y cuando tengas sed, ve a las vasijas, y bebe del agua que sacan los criados”. 

Entonces bajando su rostro ella le responde: “¿Por qué he hallado gracia en tus ojos para que me reconozcas, siendo yo extranjera? Y respondiendo Booz, le dijo: He sabido todo lo que has hecho con tu suegra después de la muerte de tu marido, y que dejando a tu padre y a tu madre y la tierra donde naciste, has venido a un pueblo que no conociste antes. El Señor recompense tu obra, tengas remuneración de parte del Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte”. A lo que ella le contesta: “Señor mío, halle yo gracia delante de tus ojos; porque me has consolado, y porque has hablado a mi corazón, aunque no soy ni como una de tus criadas”.

A través de la intervención creativa y determinada de Noemí, Rut sigue sus instrucciones para ir a Booz y hallar en él la ´redención´ acostumbrada en aquella época en Israel para conseguir marido para una viuda. Acude Rut a Booz para expresarle su deseo que sea él quien la redima. Entonces Booz le responde: “Bendita seas tú hija mía; has hecho mejor tu postrera bondad que la primera, no yendo en busca de los jóvenes, sean pobres o ricos. Ahora pues, no temas, hija mía; yo haré contigo lo que tú digas, pues toda la gente de mi pueblo sabe que eres mujer virtuosa”.

Finalmente, luego de cumplir con todos los requisitos necesarios Booz se casa con Rut. La alegría de Noemí fue más grande que todo su dolor. Y cuando Rut Dios a luz a Obed, el abuelo del rey David, Noemí fue su aya. Y las mujeres de Belén le decían a Noemí: “Loado sea el Señor, que hizo que no te faltase hoy pariente, cuyo nombre será celebrado en Israel;el cual será restaurador de tu alma, y sustentará tu vejez; pues tu nuera, que te ama, lo ha dado a luz; y ella es de más valor para ti que siete hijos”.

La historia de Rut, al igual que la de Ana, nos muestra dos aspectos que revelan la actitud de humildad del corazón de Rut. Por una parte, Rut era una moabita que había conocido al Dios de Israel, como lo demuestra en su forma de hablar. Decide acompañar a su suegra a la tierra de Belén y al llegar allí, inmediatamente, entiende su rol de proveedora. Aprovecha la siega de la cebada, se introduce en aquel campo y con una actitud determinada trabaja con su mayor esfuerzo. Pide al mayordomo y luego a Booz que le permitan trabajar en la cosecha. No hace alarde de nada, solo trabaja incansablemente; por lo cual halla gracia delante de los ojos de Booz.

Por otra parte, más tarde, cuando Noemí le explica la manera de volver a encontrar marido, la llamada redención, Rut escucha atentamente y, con un corazón humilde, esperanzada en Dios, hace tal cual como su suegra le aconseja; lo cual le resulta en una restauración total de su vida. Fue humilde y al mismo tiempo fue muy valiente, razón por la cual le arrancó al destino un puesto en la genealogía de Jesús. Pues su hijo, Obed, fue el abuelo del rey David, quien está en la línea ascendente directa de nuestro Señor. Que hermoso puede ser para cada uno de nosotros encontrar a alguien que haya comprendido de tal manera el amor como lo hizo Rut. Sus palabras a Noemí se han convertido en una declaración de amor en la celebración del pacto del matrimonio a lo largo de la historia.

Muchas veces cuando la adversidad toca a la puerta de nuestra vida podemos sentirnos perdidos. Quizá las lágrimas mojan tu cama durante la noche mientras lloras en silencio por ese anhelo de tu alma, aún no concedido. Quizá tu futuro se muestra tan incierto en ese lugar a donde has emigrado. O quizá hay intrusos en tu vida que quieren arrancarte lo que te pertenece. Cualquiera que sea tu situación, la historia de estas dos mujeres nos revela que la actitud de tu corazón hacia Dios puede cambiar por completo tu destino. Estas historias nos enseñan que un corazón humilde puede llevarte a conocer la grandeza del amor de Dios.

¡La humildad que engrandece!

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