Me sorprende que aún en el mundo ciudadano -y en particular en el político- haya quien crea que de este «coso» vamos a lograr sobrevivir conjugando los verbos en primera persona del singular. A estas alturas, creer eso es haber perdido el más elemental olfato y ser muy miope.
Se trata de nosotros. Nosotros los ciudadanos, los que estamos en Venezuela y los que han migrado a otros países con la reticencia del caso.
Cerebro. Que Dios no nos lo puso de adorno. Aunque algunas encuestas, o la interpretación que hacen algunos de ellas, afirmen que muchos venezolanos se sienten hoy mejor, cualquiera con dos dedos de frente entendería que tal cosa solo es el producto del sentido de supervivencia que todos tenemos. Estoy bien porque no me he contagiado de COVID-19, o porque me contagié y logré superar la enfermedad. Y por eso, si un encuestador me pregunta, diré que «estoy bien», con el agregado «gracias a Dios» y no «gracias a Maduro».
Yo vivo en Margarita. Si listo las calamidades y carencias, pues llenaría páginas. Pero no lo hago. No veo el vaso medio vacío, o vacío. Veo el vaso por llenar. Eso no me hace feliz. Me hace sí una persona que se niega a rendirse. Y como estoy segura que lo que yo siento pues lo siente un gentío, pues me quejo del desastre de régimen que padecemos, y, también, expreso mi disgusto, inconformidad, o como lo quieran llamar, ante la necedad de quienes creen que esto es un juego solitario.
Que hay diferencias en visiones sobre el cómo, por el amor de Dios díganme algo que no sepa, y que sea importante. Se construye con las piezas que hay, no con una lista de carta al Niño Jesús.
Es nosotros. Primera persona del plural. Con nosotros, para nosotros. Con el esfuerzo de todos nosotros. Los chiquitos y los grandes. Todos nosotros.
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