Una de las categorías ideológicas más debatidas en los últimos años es el “socialismo del siglo XXI”; para Álvaro Hamburger, de la Universidad Militar de Nueva Granada, Bogotá-Colombia, el socialismo del siglo XXI, es una expresión que expresa la “…pura manifestación en la nuevas realidades y en los nuevos desafíos de la sociedad actual, una realidad mucho más compleja que la del siglo pasado”.
De manera concreta, expone Hamburger, ha sido una manera de entender los acontecimientos que a comienzo de la década de los noventa del siglo XX, se dio en algunos países latinoamericanos, siendo más representativo de esta época la insurrección en Venezuela el 04 de febrero de 1992 y el desenvolvimiento a partir de 1999, de un Gobierno abiertamente de corte social, de justicia y derecho (Gobierno de Hugo Chávez, 1999-2013), que se sustentó, sin empaches ni arrepentimientos, en moldear desde los precursores del socialismo ideológico, todo un cuerpo doctrinal que le diera sentido a un periodo de transición del capitalismo liberal, a un nuevo modelo que ya no estaba representado en el comunismo (Marx y Engels, 1974; Engels, 1965 y Lenin, 1961), si no en un Estado Comunal que propicie el control de la Autoridad al Poder Popular.
En efecto, el socialismo, sentencia Hamburger, se presenta bajo características puntuales en las que resalta la coexistencia en lucha de las nuevas relaciones sociales de producción y las viejas relaciones capitalistas, lucha que se expresa en todos los sectores de la vida social y en la que las relaciones sociales que van sustituyendo gradualmente a las viejas, gracias a la incesante acción revolucionaria de las clases y sectores sociales interesados en esa subversión profunda de lo existente.
Es importante resaltar que en la experiencia de Venezuela, el socialismo del siglo XXI, está encaminado desde elementos de derecho constitucional que le ha dado aval a la compatibilidad entre socialismo y democracia. Ya se veía que la mutación del capitalismo al comunismo exige una transformación radical que implica la existencia de un período o fase de transición relativamente prolongado; a ese período Marx lo denominó “socialismo”, pero la superación de las relaciones capitalistas de producción no es un asunto automático, sino el resultado de la lucha de clases manifestada en todas las esferas de la vida social.
Es por esta razón que el socialismo del siglo XXI, ve que el desarrollo de las fuerzas productivas incide en la transformación de las relaciones sociales de producción, donde las fuerzas productivas no pueden ser reducidas a tecnología, maquinaria e industria, si no que por lo contrario, las fuerzas se relacionan fundamentalmente con las capacidades productivas del ser humano, lo cual implica conocimiento y producción, relacionando la propiedad del trabajo, entre otros aspectos; es decir, el socialismo no existe sin relaciones socialistas de producción y sin modos de producción socialista, ya que el socialismo es una etapa prolongada de cambios y transformaciones en la que, por medio de la lucha, se superan las viejas relaciones sociales de producción capitalistas y se imponen gradualmente las nuevas relaciones de tipo comunitarias que, desde nuestra percepción, no dan a un modelo absoluto de sociedad comunista, ya que se hace necesario saber coexistir con los elementos del neoliberalismo-capitalista, estando ante las puertas de un Estado Comunal que mantiene estructuras del capitalismo global, pero impone criterios ce acción que benefician el marco social por encima de los intereses económicos-financieros.
Es importante recordar, nos instruye la investigación de Hamburger, de que la esencia del modo de producción capitalista se halla en la compra-venta de la fuerza de trabajo; mientras existan quienes estén dispuestos a vender su fuerza de trabajo y existan quienes puedan comprarla, el núcleo mismo del capitalismo permanecerá. “…Aun cuando el Estado se convierta en propietario universal de los medios de producción y en comprador de la fuerza de trabajo, ello no cambiaría el estado de cosas; en otras palabras, la estatalización de la propiedad no implica que ésta se socialice…”.
Es ante esta realidad que el socialismo del siglo XX, ha actuado buscando dar estabilidad a la idea de propiedad, no enfrentando ni elimina a la clase obrera, si no incluyéndola como clase proletaria que requiere tener reconocimiento y beneficios, incitando la superación gradual e incesante de la enajenación que producen las relaciones monetario-mercantiles, el trabajo asalariado y la división social del trabajo. Esto termina circunscribiéndose a un socialismo que no concibe la sociedad como un sitial en el cual los conflictos y luchas desaparecen, todo lo contrario, en esa sociedad del socialismo del siglo XXI, los conflictos y luchas de clases se encrudecen bajo la figura del proceso productivo que desarrolla mecanismos de interacción permanente, dando lugar a las contradicciones y conflictos para generar condiciones de relaciones sociales de producción.
De manera concreta, el proceso histórico que en el socialismo utópico (donde los sistemas de Saint-Simon, de Fourier, de Owen, etc., brotan en la primera fase embrionaria de las luchas entre el proletariado y la burguesía) y socialismo real (Estado que declara constitucionalmente la construcción del socialismo o al tránsito hacia una sociedad comunista, se dio en el caso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en el siglo XX, China, desde 1949, Corea del Norte, desde 1948, Cuba, desde 1959, Laos, desde 1975, y Vietnam, desde 1976), se ha conocido como comunismo, y que tiene que ser un proceso universal para garantizar sobrevivir como ideología de masas, es prácticamente imposible hoy día ya que mientras los países estén inserto en un sistema económico internacional regido por el sistema capitalista. En el caso de Venezuela aún está en construcción ese modelo socialista y se ha entendido que su objetivo y fin es transferir al Poder Popular la autoridad y soberanía del Estado, a lo que se ha conocido como Estado Comunal, dado que el Estado es un instrumento de poder de una clase, el objetivo del socialismo del siglo XXI, consiste en la gradual extinción del Estado capitalista y la institucionalización de un Estado donde la justicia y el derecho vayan de la mano de modelos de autogestión, emprendimiento y desarrollo particular de habilidades y destrezas que contribuyan a mejorar las condiciones de vida desde lo local y regional, prescindiendo de un Estado benefactor y rentista.
Esto nos hace volver a las ideas originarias que enfrentaron al anarquismo con el socialismo; el anarquismo ha sido tildado de individualista, que propugna la importancia de la propiedad privada, promoviendo la autoadministración y edificación particular de pequeñas unidades de producción para satisfacer las necesidades puntuales de asentamientos sociales; el socialismo rechaza la propiedad privada, que considera una fuente de desigualdad social, y postula una sociedad futura en que la propiedad privada no existe y se sustituye por la reciprocidad. Lo que garantiza el éxito del socialismo del siglo XXI, es la inteligencia y humildad para reconocer que debe coexistir con el capitalismo, a eso se ha debido el éxito de China en su sistema político de Gobierno, que entendió que se puede ser comunista y socialista a la vez, y que la centralización fuerte del Gobierno a través del Estado, parte hoy día con llevar un control del Internet, prensa, libertad de reunión, derechos reproductivos y libertad de religión, para garantizar equilibrios en la sociedad y evitar descontrol y acciones que perturben la planificación de las relaciones de producción previamente establecidas.
Para entender mejor esto, valga retrotraernos a finales del siglo XIX, a las ideas de Eliseo Réclus (1830-1905), quien publica un pequeño ensayo titulado “Evolución y Revolución”, en el que, mediante un lenguaje claro y directo, sustenta lo lúcido del pensamiento socialista libertario, en cuanto a la realidad social de la época y en cuanto a las directrices que las sociedades futuras deben seguir para lograr desplazar al Estado liberal fundado en la protección del interés burgués.
Réclus inicia sus reflexiones asentando el principio de que la “evolución es movimiento infinito de cuanto existe, la transformación incesante del universo en todas sus partes”. Pero esa evolución que Réclus expone, no abarca sólo los seres vivientes sino “el conjunto de las cosas humanas” (el “nomos”). Equidistante a esta evolución, de Instituciones y de hombres, aparece la revolución como paralelismo evidente en los acontecimientos parciales que constituyen el total de la vida de las sociedades
La evolución, sinónimo de desarrollo gradual, continuo, en las ideas y las costumbres, se define como “a antítesis de…la revolución, que implica cambios más o menos bruscos en loa acontecimientos”. De esta forma aparece unido el crecimiento natural de las sociedades, con los necesarios cambios trascendentales que corrijan o terminen de desviar, el trayecto de las civilizaciones hacia el bienestar y la paz.
De una manera clara, Réclus define el anarquismo necesario de su época, el cual, a su entender, reúne un espíritu enérgico y combativo. El anarquismo, según Réclus es evolucionistas en toda la línea, igualmente revolucionario en todo, porque la historia misma no es otra cosa que la serie de hechos realizados, sucediendo a la serie de preparación. La gran revolución intelectual que emancipa los espíritus, trae por consecuencia lógica la emancipación, de hecho, en sus relaciones con los demás individuos. La evolución procede a la revolución y ésta a nueva evolución, causa eterna de las revoluciones futuras.
Para Réclus, todos los grandes movimientos fueron inconscientes de la multitud. Fueron promovidos por unos pocos sobre quienes el interés del triunfo incidía directamente. Durante la Reforma, por ejemplo, la clase aristocrática fue la que recogió las ventajas; en la Revolución Francesa, la clase burguesa agotó sus fines y luego retribuyó a la mayoría con explotación y sometimiento a una nueva tiranía. En fin, nuestra historia siempre ha consistido en el manejo de intereses y de pequeños grupos, que bajo banderas de igualdad y libertad, han sometido a los eternos soñadores de la humanidad: el pueblo. Es ante esta desventaja que la historia misma se ha encargado de trasmitir que los socialistas libertarios formulan sus principios con el fin de diseñar un pensamiento social alternativo para los grandes oprimidos, no sólo de las clases más necesitadas, sino de todas las clases.
Ese sentimiento de libertad, del dejar fluir nuestra fuerza interna según el camino preferido, no involucra, irrespeto al orden y propiedad natural de convivencia. La libertad por sí misma implica orden; un orden en el que cada quien debe ejercer su papel dejando que otros cumplan con el suyo, un orden que no jerarquiza al individuo sino lo integra haciéndolo parte de un amplio todo que genera beneficios colectivos. Pero como ocurre, hasta en las mejores familias, han surgido detractores; defensores del Estado Liberal existente que han dicho que los revolucionarios (o socialistas libertarios), en un sentido general, son enemigos de la religión, de la propiedad y de la familia. Y ciertamente no se han equivocado. Réclus responde sabiamente a estas imputaciones: Sí; los anarquistas rechazan la autoridad de un dogma y la intervención de lo sobrenatural en su vida, y en este sentido, cualquiera que sea el grado de entusiasmo que sientan por la lucha en defensa de su ideal de fraternidad universal, son enemigos de la religión. Sí; es cierto que quieren la supresión del tráfico matrimonial, y defienden la unión libre fundada en la afección mutua, el respeto propio y la dignidad de sus semejantes, y también en este sentido, por amantes y fieles que sean a los seres cuya vida está asociada a la también que quieren suprimir el acaparamiento de la tierra, y en este sentido, la felicidad que a todos produce el goce de ser dueños de todos los frutos del suelo, al igual que todos los seres humanos, es una prueba de que son enemigos de la propiedad (citas textuales de la obra de Eliseo Réclus “Evolución y Revolución”, corresponden a la traducción que de dicha obra hizo. A. López Rodrigo, Ediciones Jucar, España, 1979.)
Como línea general que concentra el eslabón entre el hombre y el pensamiento anarquista, encontramos un deseo por la paz, la armonía entre los seres y el derecho a alcanzar la meta máxima libertaria: la Libertad. Este principio, unido al de democracia, hace de los elementos constitutivos del socialismo del siglo XXI, una acción programática que bien puede ser redefina en el marco de un nuevo modelo ideológico marcado por la orientación de la “unidad” y la consolidación de la independencia nacional a través de un fortalecimiento de la potencialidad territorial y del talento humano para la construcción de un Estado Comunal.
El discernimiento con Réclus, en razón de que es el depositario de un pensamiento social del espíritu libertario, con la influencia de pensadores anarquistas como Proudhon y Bakunin, se extiende en un pensamiento claro y contemporáneo con respecto a las necesidades contemporáneas de librar una guerra permanente de tipo no-convencional, donde por la vía de la economía y la salud, se busca doblegar las instituciones de un país.
Ahora bien, valdría la pena detallar, en forma concreta y explicativa, en qué ha consistido ese influjo en Réclus, y cuáles han sido los caminos evolutivos que el socialismo libertario (entiéndase socialismo del siglo XXI) ha recorrido para llegar a ser una doctrina política, con programa y acción directa sobre la sociedad.
Es de destacarse que pensamiento anarquista emerge en dos grandes corrientes: la filosofía, abstracta o académica, que genera un pensamiento especulativo, contemplativo y asentado en la serenidad y la búsqueda de la libertad; y la ideología, concreta y práctica, que genera un pensamiento situado históricamente y que ha sido absorbido por grupos sociales particulares, a fin de utilizarlo como instrumento reivindicatorio de valores perdidos, así como alternativa organizativa en circunstancias en que pudiera lograrse derrumbar el orden existente. En ambas corrientes hay una vinculación con el socialismo del siglo XXI: a nivel filosófico, se equilibra en dos principios básicos: el libertario, que se muestra como la aspiración máxima de la libertad unifica al socialismo con el anarquismo; y la idealización de la libertad como la suma de todas las libertades en todas las tendencias de la sociedad. A este se une la idea federalista, que se refiere a lo que debe ser y a cómo deben ser ordenadas las relaciones político-económico-sociales, en una sociedad que busca prescindir de sus apegos o afectos al consumismo-industrial, a fin de estructurar un orden convivencial inspirado en un determinado sistema de valores, prevaleciendo el cooperativismo, el mutualismo y el modelo comunal del poder popular organizado.
Desde el punto de vista ideológico, el socialismo del siglo XXI, se respalda en su respuesta de esperanza y revolución ante las actitudes despóticas del Estado liberal capitalista, pero no solamente en el marco de la unidad entre socialismo-anarquismo, sino como una alternativa que consolida un modelo de oposición al capitalismo, conviviendo con elementos de ese capitalismo, minimizando cualquier acción del Estado que atente contra el individuo en su derecho a la libertad e igualdad social.
El socialismo del siglo XXI, surge, se desarrolla y alcanza su mayor fuerza dentro de la clase obrera, proletaria, y es una ideología de todas las clases oprimidas y explotadas en cuanto tales, mientras sean capaces de liberares sin oprimir o explotar a otras clases; quiere decir que, si bien halla ante todo en la clase obrera su protagonista, corresponde así mismo a otras clases sometidas e inclusive puede extenderse a minorías discriminadas. Meltzer y Stuart Christie sostienen que, aunque todas las clases pueden ser revolucionarias y producir grandes cambios en la sociedad.
Un claro reflejo de este proceso de reconocimiento del individuo en su pensamiento libertario de carácter socialista-anarquista, es la tarea de la emancipación, y eso lo describió también Réclus en uno de sus opúsculos titulado: “A mi hermano el campesino”.
El campesino le pregunta a Réclus: “¿Es cierto que tus compañeros, los obreros de la ciudad, quieren desposeerme de la tierra, de esta hermosa tierra que yo amo, que me produce doradas espigas, ciertamente tras mucho trabajo, pero que sin embargo, me las produce?…” A lo que Réclus responde: “—No, hermano mío; no es cierto. Puesto que es tuyo el suelo y eres tú quien lo cultiva, a ti solamente pertenecen sus mieses. Nadie tiene derecho, antes que tú, que haces crecer el pan, a comerlo en compañía, de tu mujer, de tus hijos. Guarda tus campos con toda tranquilidad, conserva su azadón y tu arado para remover la tierra endurecida, separa la semilla para fecundar el suelo. Nada existe más sagrado que tu labor. ¡Maldito mil veces quien intente quitarte este suelo por ti fecundado!”.
El socialismo del siglo XXI, como ideología, se condiciona a la interpretación de los intereses de la clase dominante donde la idea social se sostiene en razón de la confianza que como colectivo se tenga en un liderazgo que orienta el proceso revolucionario hacia un objetivo de progreso y bienestar que incluya a todos los ciudadanos y no a un sector o grupo de interés alrededor de los altos cargos burocrático-políticos. A juicio de Erich Fromm, en su libro “¿Tener o ser? (1976), donde describe el anarquismo como un medio de protesta con fines reivindicativos de los valores humanistas, lo relaciona con el socialismo en tanto y cuanto son modelos doctrinarios que entienden el ejercicio del poder como la vía para combatir la deshumanización de carácter social y el surgimiento de la religión industrial y cibernética. Esto ha producido, explica Fromm, un movimiento de protesta, el brote de un nuevo humanismo, que tiene sus raíces en el humanismo cristiano y filosófico desde fines de la Edad Media hasta la época de la Ilustración. La derecha y la izquierda, unánimemente, criticaron el sistema industrial y el daño que causaba a los seres humanos. En esa izquierda, nos dice, se dejan ve reminiscencias de las ideas de Proudhon y Bakunin, en cuanto a autorregular las relaciones entre los hombres y prescindir así del aparato estatal que por medio de sus redes burocráticas impide que los hombres defiendan su derecho a la vida sana y duradera.
A todas estas, el socialismo del siglo XXI, tiene, como objetivo máximo, instaurar un medio social que asegure a cada individuo la mayor felicidad posible adecuada a cada época, según el progresivo desenvolvimiento de la humanidad; los objetivos que como movimiento plantea este socialismo del siglo XXI, sobre todo en Venezuela, es poder ampliar la visión, no tanto de los objetivos, sino de los alcances como alternativa de administración pública, insertando en un todo compacto las ideas matrices que definan las bases filosóficas e ideológicas de un sistema que conjugue lo social e ideológico en un medio alternativo de cambio institucional diseñando propuestas que garanticen la mayor felicidad posible.
A juicio del ex presidente Hugo Chávez (1954-2013), el socialismo del siglo XXI, es la unidad perfecta entre el pueblo, esa masa abstracta que tiene deberes y derechos electorales y que toma decisiones a través del ejercicio del voto soberano y el poder de las armas representado por el ala militar-policial institucional del país. Entender esta unidad parte de comprenderla desde un conjunto de dimensiones: la ético-moral, donde destacan los valores solidaridad, amor, sacrificio e igualdad, los cuales no son formales ni abstractos, sino concretos y donde hay un reconocimiento al ser humano en razón de que a cada quien según sus capacidades, y a cada quien según sus necesidades.
Está también la dimensión de los saberes latinoamericanos, donde se hace alusión a incorporar la tradición legada de los padres independentistas latinoamericanos, en especial, en el plano cognitivo, la figura del “árbol de las tres raíces”, o el triángulo conformado por Simón Rodríguez o Samuel Robinson, Simón Bolívar y Ezequiel Zamora, con quienes se busca recuperar las ideas de supranacionalismo, unidad latinoamericana, dignidad y soberanía para el pueblo.
En cuanto a la dimensión de la economía social, acá se hace alusión a una economía popular y solidaria que integra nuevas formas de propiedad social y producción colectiva, experimentando desde el cooperativismo y al asociativismo, donde resalta la propiedad colectiva, la banca popular, los núcleos de desarrollo endógeno, entre otros; se trata de dejar atrás la lógica de funcionamiento perverso del capitalismo e ir introduciendo las experiencias de autogestión y cogestión, la propiedad cooperativa y colectiva, el emprendimiento, entre otras. La dimensión económica y el desarrollo de cooperativas y nuevas relaciones productivas, como la propiedad de los medios de producción en manos del colectivo, garantizan territorialmente la conformación de comunas, organizadas en los polos de desarrollo endógeno, los cuales se integran en distintos niveles para generar nuevos modos de producción e intercambio. Decía Chávez al respecto: “…Lo económico yo lo resumiría de esta manera: la propiedad de los medios de producción en manos de la comuna; propiedad social en distintas combinaciones. Y eso tiene que ver con la creación de un nuevo modelo económico en la comuna: el modelo económico socialista, que tiene que partir desde la actividad primaria, desde la producción de materia prima”.
El socialismo del siglo XXI, viene a distribuir la propiedad por igual, no a destruirla o abolirla; la propiedad tanto individual como social y colectiva es la garantía de un Estados con dos Sistemas coadyuvando hacia el progreso y un mejor nivel de bienestar y de vida para los ciudadanos.
En el plano de la economía social, que hace alusión de manera directa a la política, implica la concepción de una democracia participativa y protagónica, la creación de nuevos órganos políticos e institucionales de participación popular, creando canales de cercanía y colaboración en la relación institución- comunidad, siendo ésta actor principal del proceso y de la toma de decisiones; es decir, es la concreción de una democracia sustantiva, que Chávez delimitó de manera magistral: “…No es lo mismo hablar de revolución democrática que de democracia revolucionaria. El primer concepto tiene un freno, como el caballo: es revolución, pero es democrática. Es un freno conservador. El otro concepto es liberador, es como un disparo, como un caballo sin freno: democracia revolucionaria, democracia para la revolución. La democracia revolucionaria debe ser necesariamente una democracia fuerte, una democracia poderosa; debe llenarse cada día de mayor fuerza, poder; no puede ser una democracia debilucha, lánguida, insulsa, ingenua”.
La construcción del socialismo bolivariano implica, de manera clara y directa, la creación y consolidación de las Comunas como figura territorial delimitada geográficamente para concretar procesos y relaciones económicas, de poder y valores nuevos, que confrontan el modo y las relaciones sociales capitalistas. Chávez expresaba: “La democracia popular bolivariana nacerá en las comunidades, y su savia benefactora se extenderá por todo el cuerpo social de la Nación”. La comuna es, de manera precisa, la unidad mínima o base social en la que conviven saberes, habilidades, cultura y medios de producción, todo ello a favor de la autogestión y autodeterminación.
Y la dimensión de integración latinoamericana, la cual, a juicio de Chávez alude a la construcción de la Patria Grande, que aparece sostenidamente por la necesidad de que exista paz, justicia e igualdad entre los pueblos. La vía pacífica-institucional que ha caracterizado la experiencia venezolana, ha permitido avanzar como ejemplo de un socialismo, a diferencia de la vía seguida en Cuba o la Unión Soviética (que fue armada y violenta), donde se muestre que es posible alcanzar una democrática y pacífica, donde se reconozca la pluralidad de opiniones, el respeto al Estado de derecho y la institucionalidad, el diálogo, el debate de ideas y la batalla cultural.
En acepción de Chávez, el socialismo del siglo XXI, el bolivariano, no es el desenlace de columnas guerrilleras heroicas como las de la Sierra Maestra, ni la insurrección de pequeños grupos como los que se aventuraron en la montaña alta de Bolivia a revivir el sueño de libertad de la mano del comandante “Che” Guevara; para nada se tuvo que revivir ese tipo de búsqueda de libertad, totalmente legítimas, pero la revolución venezolana surgió de un discurso político activo, vibrante y cargado de verdad. Un discurso que convenció a una sociedad de caminar en unidad monolítica ideológica hacia la consolidación del poder popular y la creación valiosa de la comuna como centro de las decisiones entorno al poder que gobernará Latinoamérica por los próximos lustros que se vayan consolidando.
Ahora bien, desde el punto de vistas de algunos análisis, el socialismo del siglo XXI, es el producto de la evolución de los denominados socialismo utópico y socialismo real; según Abraham Garza, analista mexicano, el socialismo, tiene doscientos años de evolución y cuatro fases de desarrollo: La fase fundacional del socialismo utópico; la fase de madurez del socialismo científico de Karl Marx y Friedrich Engels; la fase práctica del socialismo del siglo XX o del socialismo realmente existente y; el socialismo del siglo XXI en sí, superando los fracasados sistemas de estatización.
A juicio de Garza: “El socialismo no murió con la caída de la URSS, astutamente sólo ha cambiado de rostro esperando al acecho de arrasar con nuestras propiedades y libertades en beneficio de políticos y pseudointelectuales corruptos, el discurso actual solo ha demostrado ser una secuela retorcida y adaptada a un mundo diferente al de Marx o Lenin, manteniendo en esencia las ideas antiguas y refutadas del marxismo clásico que tantas vidas se cobraron en el siglo XX…Hoy el personaje del malvado burgués ha sido reemplazado por el orden capitalista en conjunto y los valores de occidente (Familia, religión, independencia, patriotismo, etc.)…Respecto a lo anterior Rigoberto Lanz, comenta que el socialismo solo puede tener éxito apostando duro por el impulso de prácticas subversivas que propaguen el efecto emancipatorio de las rupturas, de los conflictos, de las contradicciones…Es decir, el socialismo como se alimenta de generar conflicto, de enemistar a los pueblos entre sí, el socialismo del siglo XXI, tendrá como carne de cañón a los grupos marginados y oprimidos por el malvado capitalismo, es decir los llamados grupos indigenistas, feministas, LGBT, animalistas, ecologista, etc…”
Coincido con Garza y Lanz, en razón de que el socialismo real no fue abolido en septiembre de 1991, cuando la URSS reconoció la independencia de Estonia, Letonia y Lituania, proclamando la independencia de otras repúblicas y reconociendo el colapso económico del régimen y el debilitamiento del liderazgo de Mijaíl Gorbachov, que terminó por la disolución de la Unión Soviética. Ese no fue el fin, sino el comienzo de una nueva fase del socialismo en el mundo. Y con lo expresado por Lanz, de que el socialismo solamente puede tener éxito apostando a la paz y no al impulso de prácticas subversivas; pero de ahí decir que el socialismo del siglo XXI, se alimenta de generar conflicto e enemistad entre los pueblos, es ya desconocer el carácter manipulador del capitalismo que es el que propicia el conflicto y las lucha de clases, por la vía del consumismo y la transformación en mercancía del ser humano.
El socialismo en el mundo no fracasó en su carácter democrático, sino en el estancamiento de la revolución a escala mundial; eso lo quiso cambiar Cuba y no tuvo éxito, y eso lo trató de ir construyendo Chávez en su tiempo siendo un innovador al proponer nuevas modalidades de integración, entre ellas la creación del ALBA, Petrocaribe, y el Banco del Sur. Pero han tratado de reescribir su historia como un líder incómodo en el continente para los intereses del capitalismo global liberal.
En palabras de Roberto Guarnieri, presidente de FADEEAC (Federación Argentina de Entidades Empresarias del Autotransporte de Cargas), la influencia de Chávez, tuvo su culminación con la constitución de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC, que se le debe en larga medida, ha contribuido al reconocimiento de la integración como instrumento esencial para el desarrollo económico y el progreso social de la región y con ello la apreciación general de nuestra propia capacidad conjunta para crecer de manera sostenida y cada vez menos sujeta y dependiente del ciclo económico internacional.
Se hace necesario resaltar que el fin último ya no se visualiza como el comunismo, el cual representa ideas económicas, políticas y sociales que defiende la supremacía de la organización social sobre los intereses económico-financieros, en la que no existe la propiedad privada ni la diferencia de clases, y en la que los medios de producción estarían en manos del Estado, el cual distribuiría los bienes de manera equitativa y según las necesidades; sino el Estado Comunal, el cual se ha de concebir, en una primera aproximación, como expresión del poder constitutivo encarnado en los consejos, las instituciones del poder popular y el marco constitucional vigente (Constitución Nacional, 1999), sin embargo perdió la posibilidad de instituirse de manera integral en la Reforma a la Constitución en el 2007, donde al ser rechazada por vía referendo, el futuro del Estado Comunal se vio subordinado al poder popular, el cual reemplaza a la sociedad burguesa civil. Los consejos comunales continuaron su tarea de estructurar la democracia directa y el mecanismo de auto-organización local, de tal manera que hiciera posible ir reordenando la institucionalidad del Estado por la vía de Decretos leyes y Resoluciones ministeriales que le fueran dando la estabilidad al Estado para ir torneándose hacia el modelo comunal democrático.
En acepción el jurista Perkins Rocha, quien critica duramente el modelo comunal de sociedad socialista, el error de la propuesta de un Estado comunal va desde la expresión consejo comunal que comenzó a leerse desde el 2005, con la reforma a la “Ley Orgánica del Poder Público Municipal”, ley que viene desde 1976; se menciona como instancias de consejos locales de planificación pública con funciones de participación directa y protagonismo, mostrándose como instancias burocrática, asamblearias, donde la decisión es producto de una acción donde el que “…grita más se impone ante el que menos habla o termina dominando el que más ejercicio de fuerza física o económica tenga en determinada comunidad…” No lo veo de esa manera, lo entiendo como una vía para democratizar la toma de decisiones políticas, colocando en la mesa de discusión las habilidades y destrezas de convencimiento y negociación en donde desde el vecino más humilde hasta el más acaudalado, puede tener voz y voto y argumentar sus puntos de vista sin que ello implique violencia o persecución a la libertad de expresión.
En otro aspecto critica Rocha: “La propuesta de Ley de Ciudades Comunales y la de Parlamento Comunal representan un rompimiento con nuestro esquema federal. Desde 1811, cuando somos república constitucionalmente, hemos venido organizándonos a partir de tres figuras: la república como unidad político-territorial mayor, con personería jurídica; los estados que eran las antiguas provincias que atendieron el llamado de independencia el 5 de julio de 1810; y los municipios como la unidad política fundamental más cercana al ciudadano. Entonces, con estas propuestas de leyes para las ciudades comunales, todo esto se interrumpe porque, en definitiva, pueden modificarse o superponer las tres unidades político-territoriales ya previstas constitucionalmente…” Para nadie es un secreto que la propuesta de la revolución bolivariana en la reorientación de las relaciones del Estado con sus instituciones es el de una descentralización multicéntrica, donde la toma de decisión está colectivizada en cuanto a la tendencia de selección de qué se piensa hacer o se va hacer, pero la decisión final sí corresponde a una instancia que tiene el poder no solamente de decidir, si no de ejecutar la decisión. En el modelo federalista liberal la decisión se fragmenta y no logra una ejecución integral y totalizadora; la toma de decisión multicéntrica asegura que una decisión tendrá su resultado real y palpable en el corto y mediano plazo. Es lo que se conoce como eficiencia de gestión o Gobernanza, ya que el gobierno tiene como mecanismo de acción la interrelación equilibrada del Estado, la sociedad civil y la dimensión económica, asegurando el logro de metas de desarrollo de manera sustentable y programática.
https://www.analitica.com/opinion/matices-del-socialismo-del-siglo-xxi/