El domingo tuve la emoción y el placer de ver por televisión a Yulimar Rojas ganando, en los Juegos Olímpicos de Tokio, la medalla de oro en Salto Triple para mujeres y, de paso, batir el record mundial que estaba vigente desde 1995. Sin embargo, me causó tristeza y hasta indignación que un chofer me dijera: “No sé porqué se contenta siendo Yulimar una chavista y madurista.” No acostumbro discutir con personas con ideas radicales y negativas, pero estuve a punto de contestarle que poco me importaba que fuera o no adicta a la dictadura, ya que es una atleta extraordinaria de la que debemos sentirnos orgullosos todos los venezolanos. Pero debo agregar que ignoro de dónde sacan que es chavista. ¿Será porque Maduro dijo que él había ordenado todo lo necesario para que Yulimar se fuera a perfeccionar en Europa y piensan que Maduro sólo apoya a quienes son partidarios suyos? Pero eso no puede servir de base para afirmar que es chavista ya que se sabe que fue la Embajada de España la que hizo todo lo necesario para que viajara; se sabe también que Maduro no financia su permanencia en España, donde vive, sino que lo hace el Club Barcelona
En la historia del deporte son muchos los deportistas que, para poder prepararse, destacar y triunfar, tienen que depender de la ayuda de los gobiernos, ya sean dictatoriales o democráticos y el hecho de que reciban esa ayuda y no expresen de inmediato su posición adversa al gobierno, no los descalifica. Veamos algunos ejemplos:
Max Schmelling
En el siglo veinte un afamado boxeador, de nombre Max Schmelling, en 1936, le ganó por nocaut al famosísimo boxeador de los Estados Unidos, Joe Louis. Hitler aprovechó esa victoria junto con Goebbels, para que se hiciera propaganda nazi sobre la superioridad aria: un ario había vencido a un negro. Hitler lo invitó a cenar y se fotografió con él, y todo el mundo tildó de nazi al boxeador a pesar de que Schmelling nunca se afilió al partido nazi, y demostró su independencia, cuando a pesar de las presiones de los nazis, no despidió a su manager americano, el judío Joe Jacobs. Después de finalizada la segunda guerra mundial, en la que sirvió como paracaidista, se supo que, poniendo en peligro su vida, salvó la vida de dos niños judíos. Terminó siendo muy amigo de Joe Louis y llegó incluso a pagar los gastos de su enfermedad y de su funeral.
Nadia Comaneci
Esta gimnasta, considerada por algunos como la mejor gimnasta del siglo XX y gloria del gobierno rumano, del que llegó a decirse que era de su simpatía, lo que no es cierto, ya que huyó de Rumania. Contrajo matrimonio con un ciudadano americano, Bart Conner y, en la Rumania democrática creó una clínica de beneficencia para ayudar a los niños huérfanos.
Emil Zátopek
Conocido como uno de los grandes corredores de carreras de fondo, con medallas de oro olímpicas, era criticado por ser miembro del partido comunista checo, pero, con motivo de la Primavera de Praga, por haber apoyado a Alexander Dubček, fue expulsado del partido y se vio obligado a trabajar barriendo las calles para poder subsistir.
Gino Bartali
Famoso ciclista de ruta, ganador del Tour de France y de otras carreras muy importantes, por el apoyo que le daba Mussolini, y que él aceptaba, fue considerado fascista y hasta racista. Falsedad ya que se sabe que, durante la Segunda Mundial prestó estrecha colaboración para salvar la vida de 800 judíos.
Sin duda hay muchos deportistas que por aceptar la ayuda y el apoyo de gobiernos totalitarios se les considera partidarios de los mismos por el hecho de no haber expresado públicamente su adhesión a los mismos, sin investigar cuál era la verdad.
En el caso de Yulimar Rojas, ignoro si es partidaria del chavismo o no, pero, de serlo, ello no le quita méritos y tenemos que, como venezolanos, sentirnos orgullosos de ella. Ella es libre de tener su propia opinión, y lo único que se le podría reprochar, en el supuesto negado de que sea chavista es que niegue que el gobierno de Maduro esté cometiendo crímenes de lesa humanidad.
Maduro no puede aprovecharse del triunfo de Yulimar para hacerse propaganda, tal como lo hizo Hitler con Max Schmellingå
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