En la perspectiva del proceso histórico y la filosofía política, el Estado moderno se define en el siglo 18 con la creación de la república norteamericana y la Revolución Francesa. La proclamación de los Derechos Universales del Hombre y el Ciudadano es su acta fundacional. En nombre de la Libertad y la Igualdad se define el Estado liberal como monarquía parlamentaria o repúblicas. La democracia era su identidad política y sus protagonistas, todos los ciudadanos, que se expresaban a través del sufragio y los partidos políticos. Gramsci dirá, el partido político es el nuevo “Príncipe” en nuestra modernidad política. Esta representación partidista de la ciudadanía con el tiempo se hizo insuficiente ya que el partido siempre terminaba “oligarquizándose”. En criollo diríamos, subordinados a un líder y a “camarillas o cogollos internos” y algo todavía más grave, a grupos económicos que financiaban al partido y usufructuaban sus beneficios a futuro, cuando el partido se convertía en gobierno. Con el tiempo, el Estado liberal se convirtió en cautivo de una plutocracia que acumulaba riquezas y privilegios en detrimento de los sectores menos favorecidos, particularmente obreros y campesinos. Precisamente los sectores que sirvieron de base social a las doctrinas anarquistas, socialistas y comunistas que el llamado “marxismo” convierte en acción política y partidista. Dentro de este proceso surge la experiencia de la Revolución Rusa y el Estado soviético o comunista que también termina en una plutocracia partidista y gubernamental, con el agravante que anula al ciudadano y sus libertades. Llegados a este punto, tanto el Estado liberal como el Estado comunista resultan insatisfactorios, en particular, este último, que terminó siendo una sanguinaria dictadura totalitaria.
Algunos autores, ya desde el siglo pasado, empezaron a plantearse, la reforma del Estado liberal y la superación del Estado comunista. Se empezó a hablar de post-modernidad y post-marxismo y una crisis general de representación de la sociedad, que implicó un cuestionamiento a fondo de los partidos políticos. Se desarrolla el concepto de sociedad civil y movimientos alternativos y reforma de los partidos tradicionales o surgimiento de nuevos partidos y grupos organizados. Esto explica de alguna manera los diversos sacudones de las últimas décadas en casi todos los países. El mayo francés del 68, la contracultura de los 60 y 70, los procesos de descolonización, la caída de la Unión Soviética y del comunismo europeo, la reconversión de China a un modelo comunista-capitalista, la primavera árabe, los movimientos de los indignados en Europa y, en América Latina, el descontento creciente con los políticos y la política.
Redefinir el Estado es una exigencia global de cara a las nuevas realidades y exigencias del siglo 21 que no sacrifique al ciudadano y sus derechos, que fortalezca el Estado de Derecho y que asuma, plenamente y en la práctica, los Derechos Humanos. En el siglo 21 la superación dialéctica del Estado del siglo 19 y 20 es el Estado democrático como garante de la libertad de todos y el respeto absoluto a los DDHH sin ningún tipo de restricción o distinción (el Otro diferente). Si no se respetan estos dos principios fundamentales, no importa la ideología, el sistema político, no pasa de ser una dictadura y una tiranía. En cuanto a la economía, sin dogmas, basta observar, qué ha funcionado y sus resultados y qué ha fracasado. En cuanto a la libertad e igualdad, en su dimensión histórica progresiva, deben ser asumidos en la perspectiva post-moderna de las responsabilidades personales, privadas y públicas en función de la solidaridad, nacionales y globales, y la fraternidad, el tercer principio olvidado de la Revolución Francesa de 1789.