Está sobre el tapete de la discusión pública las recurrentes crisis de las democracias que se desmoronan ante el advenimiento de regímenes autocráticos comunistoides que llegan por elecciones, y que prometen a las masas descreídas un alivio de sus vicisitudes, a la postre muy temporal. Y luego en el camino, mediante sus malas artes, hacen lo que sea para quedarse en el poder y van imponiendo su dominación a la sociedad.
Venezuela ha sido y será irrevocablemente una república democrática, porque tal desiderátum está inscrito en la génesis de su existencia.
El proyecto nacional comienza en 1811 al ser abolida la monarquía y alcanza su formulación definitiva el 13 de abril de 1864, con la Constitución llamada federal.
El proyecto nacional había alcanzado una reorientación profunda y prolongada en la Constitución de la República de Colombia (Gran Colombia), promulgada por el Libertador el 6 de octubre de 1821. Se le considera como la primera carta magna efectiva por su grado de institucionalización y prolongada vigencia. Se prescribe que la soberanía reside esencialmente en la nación y el pueblo la ejerce mediante elecciones. Queda diferenciado el régimen republicano moderno y liberal de la monarquía, de cuya arbitrariedad absolutista se intentaba escapar al amparo de principios republicanos fundacionales: la representación política, la separación de poderes, el Estado de Derecho y la responsabilidad de los mandatarios. Proveyó criterios de orden público, eficiencia administrativa e independencia nacional.
Los vaivenes más cercanos al absolutismo monárquico (reyes sin corona) estuvieron presentes hasta la instauración de la primera República liberal democrática (1945-1948), en la que se rescató la soberanía popular garantizando la pureza y la universalidad del sufragio. Se amplió el reducido número de electores controlados por la autocracia, por un universo electoral extendido a las mujeres, los analfabetas y los jóvenes. Se verificó en un sentido liberal democrático la reformulación del proyecto nacional.
Era la primera vez que una fuerza social disponía de un diseño para concretar la formación, ejecución y finalidad de un régimen sociopolítico democrático.
El germen del proyecto nacional liberal democrático conducido por Rómulo Betancourt lo ubicamos en la obra legislativa cumplida por los Congresos de la República de Colombia durante los periodo 1821-1827, al edificar una República moderna liberal y al sentar los postulados legales y administrativos que comprometían al gobierno republicano a propender a un desarrollo sociopolítico dirigido a promover la formación de una sociedad de orientación capitalista.
La obra desarrollada para la instauración de la primera República liberal democrática, conformó el piso sociopolítico en el que se perfeccionaron como constantes históricas los principios constitucionales sentados por la República de Colombia, moderna y liberal, que afianzaron a los pueblos que la formaron los bienes de la libertad, seguridad, propiedad e igualdad.
Los diques para contener la irrupción del autoritarismo inquieto y acechante, consistió en establecer como única fuente del poder público la participación electoral mediante el ejercicio de la soberanía popular. La instauración del Estado de Derecho, garantizado por la separación efectiva de los poderes y la prohibición expresa de reunirlos en unas mismas manos. La legitimación por la opinión pública de las políticas del Estado, impidiendo el sigilo y la indefensión. La transformación en marcha tenía el claro propósito de convertir a los antiguos súbditos en ciudadanos, considerado este cambio de condición principio y fin de la República.
Estas constantes han sido violadas por la usurpación, pero yacen intactas en nuestra conciencia y devenir históricos.
El bien terminará venciendo al mal. En la perspectiva histórica la dictadura criminal será un pie de página, una desagradable indigestión, una noche oscura.
El destino que corresponde a Venezuela es la democracia. La semilla está sembrada profundamente en el alma nacional. Surgiremos como una de las sociedades democráticas más vitales, como lo afirma mi profesor Germán Carrera Damas.
¡Libertad para el general Zedán. No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!
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