Tras demasiados años –siglos, desde la colonización española- de Estado omnipresente a los venezolanos les ha caído encima un estatismo que les demuestra, rotundamente y con deterioro y hambre acelerados, que el Estado es un pésimo y muy mal administrador, que si hay riqueza la derrocha y si hay pobreza su única iniciativa es mentir.
Que el Estado es el gran dirigente y repartidor de justicia social y beneficios populares ha sido propuesta tradicional de socialdemócratas, socialcristianos y golpistas militares. Y demasiados venezolanos lo creían porque parecía más cómodo, recibir sin ganárselo a pulso.
El castrismo y otras tiranías aferradas a Venezuela han chupado sin misericordia petróleo, dólares y minerales, pero también han provocado la miseria y la desesperanza que ha hecho que muchos venezolanos de los sectores más necesitados empiecen a comprender que el peor capitalista es más confiable que el mejor estatista (con “t”, que es diferente a la “d”).
Gracias a este mediocre desgobierno difícilmente los venezolanos volverán a caer en la trampa del populismo. Esperemos que esta pesadilla nos haya ayudado a madurar políticamente y no repitamos el error.
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