Alimento, sendero hacia la paz

Cada octubre, la Fundación Nobel en Estocolmo anuncia sus premios anuales en Medicina o Fisiología, Química, Física, Literatura y Economía, a ser entregados el 10 de diciembre en conmemoración del aniversario de la muerte de Alfred Nobel, quien por disposición testamentaria cedió gran parte de su fortuna personal para financiar todo lo relativo a dichos premios.

Hay un galardón más, seleccionado y entregado por la Fundación Nobel en Oslo, por mandato expreso del generoso epónimo. Es el Premio Nobel de la Paz. Un premio muchas veces controversial, otorgado no siempre a personas u organismos meritorios en pro de la paz. No obstante, el Premio Nobel de la Paz 2020, año de encierro pandémico, fue adjudicado al Programa Mundial de Alimentos de la ONU (WFP, por sus siglas en inglés), una selección que contó con el beneplácito general.

En su discurso de aceptación del premio, el Director Ejecutivo David Beasley señaló la importancia de luchar contra el hambre para lograr la paz, de dar alimento para preservar la vida en paz. “Es intolerable que cada noche 690 millones de personas van a dormir con el estómago vacío, en muchos casos porque sus gobiernos locales usan el hambre como arma política y militar para sojuzgar a sus pueblos. De ellos, 270 millones marchan hacia la hambruna extrema, de los cuales unos 30 millones están siendo atendidos por el WFP”.

Es esta la organización que por varios años estuvo tocando a las puertas de nuestro país para analizar en el terreno la situación de emergencia humanitaria compleja que aqueja a Venezuela por el deterioro profundo de sus instituciones, descalabro no originado en causas naturales como podría ser un terremoto sino por 22 años de un régimen malandro que puso todo su empeño en destruir la institucionalidad, disolver la moneda y entregar nuestra soberanía a una isla ruinosa que nos igualó en la miseria.

La magnitud del desastre es tal que finalmente el principal responsable de la tragedia cedió y permitió la entrada al país del WFP. Con 9,3 millones de venezolanos (un tercio de la población) necesitados de apoyo nutricional intenso y 60% en grados diversos de desnutrición, no era cuestión de andarse con remilgos. El hueso más duro de roer para el régimen no fue otro que la exigencia del WFP de independencia de acción, fuera del mecanismo gubernamental del CLAP, al cual el régimen quería unir el programa de las Naciones Unidas para echarle mano a esos fondos con la voracidad acostumbrada.

El 19 de abril, día feriado nacional, fue por coincidencia el escogido para la firma del acuerdo entre el WFP y el estado venezolano. Según datos de la propia organización, de los niños menores de 5 años, 6,3% está desnutrido y 13,4% por debajo de su talla. Solo 8% de los hogares venezolanos puede pagar sus gastos, incluida la alimentación. En los primeros tres meses de la llegada del coronavirus, abril a julio de 2020, los niveles de desnutrición aguda aumentaron 73% en menores de 5 años. 

Por estas razones, el programa se enfocará en las escuelas y atenderá inicialmente a 185.000 niños de preescolar y especial, con la meta de cubrir 1,5 millones de escolares en 2022-2023, contando con un presupuesto anual de US$190 millones como parte del Plan de Respuesta Humanitaria de Venezuela. El compromiso es proporcionar comidas nutritivas e invertir en la rehabilitación de los comedores escolares.

Uno no puede más que sentir vergüenza ante estas cifras que resumen el descalabro social de Venezuela a un nivel que probablemente solo es comparable con el de la Guerra Federal de mediados del siglo XIX. En su reciente Reporte Global de Crisis Alimentarias 2020, el WFP ubicaba a Venezuela como uno de los cuatro países del mundo con más inseguridad alimentaria, detrás de Yemen, la República Democrática del Congo y Afganistán. Un vergonzoso corolario a 22 años de desmantelamiento del tejido social venezolano.

No es solo el WFP el organismo a evaluar negativamente a Venezuela en términos de inestabilidad social y pobreza. Por quinto año consecutivo y para infamia del régimen, Venezuela ostenta el deshonroso título de país más miserable del mundo, según el índice de miseria económica 2020. En el ranking, que incluyó a 156 países, nuestra nación ocupó el primer lugar, que se le dio por haber tenido una alta tasa de desempleo de 50,3%, un índice de inflación de 3.713,3% y un crecimiento del PIB real de -30.9%.

Luego de la firma protocolar, el mandante -confianzudo y tuteador- dice al Sr. Beasley:  “afortunadamente, como lo dijiste, David (¿de verdad lo habrá dicho el gringo?), el tiempo de Dios es perfecto”, en eco de su anterior rival electoral. “Cuenta conmigo, David, para decirnos las verdades…”. ¿Verdades? Quien no lo conozca, que lo compre.

https://www.analitica.com/opinion/alimento-sendero-hacia-la-paz/

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