Más allá de las diferencias innegables entre los países que conforman nuestro enorme territorio continental, se impone verlo en su conjunto. El enfoque de los asuntos que nos conciernen, por tanto, debe ser hemisférico, con aun más razón, en los tiempos de intensa interdependencia global que vivimos.
En tal sentido, no hay que seguir sumergiéndose en esa absurda e inútil postura de unas “Américas desavenidas” en permanente conflicto, a pesar de los desencuentros e incomprensiones históricos, algunos muy amargos y condenables, sin duda.
Lo que queda muy claro es que quedarnos en los agravios y resentimientos históricos en nada nos ayudaran para avanzar hacia un mejor futuro, que será de mayor acercamiento, cooperación e integración entre nuestras naciones.
En momentos en que algunos critican al gobierno norteamericano por carecer supuestamente de una política de cara a América Latina, en días pasados, el presidente Joe Biden hizo una declaración importante que no debería pasar por debajo de la mesa. “Proclamación del Dia Panamericano”, se titulaba.
Al recordar la primera reunión que se celebró hace 131 años de la Unión Interamericana, reafirmó “la fuerza de nuestra comunidad regional”, celebró los principios democráticos que nos unen y expresó su disposición a trabajar conjuntamente para superar los desafíos comunes. “Los grandes desafíos que enfrentamos hoy no están confinados a nuestras fronteras nacionales particulares”, señaló certeramente.
Y mencionó de manera especial la crisis humanitaria y migratoria de Venezuela y la violencia en CentroAmérica.
Para Biden, está en el interés nacional de seguridad de EE.UU, un hemisferio económicamente próspero y democrático, lo cual se obtendrá unidos bajo un liderazgo democrático apegado al Estado de derecho.
Al leer tal proclama, me vino a la mente un gran venezolano que sobre las relaciones con EE.UU escribió, a mediados del siglo XX, también muy acertadamente, similares ideas. Me refiero a Mariano Picón Salas.
Critico de aquel país, abogó, sin embargo, por la confluencia de las “dos Américas”. Decía que ambas compartieron y siguen compartiendo valores políticos y culturales fundamentales, sin olvidar la vecindad y una historia común.
No hace falta recordar que don Mariano, intelectual americanista y universal, es uno de los pensadores profundos del hemisferio. Fue político también, cercano a la socialdemocracia. Es uno de esos que llamaba Antonio Gramsci, “intelectuales orgánicos”, aunque no fue un militante, un hombre de acción.
El fenómeno de la interdependencia mundial, lo que llamamos hoy globalización, no se le escapó a esta mente privilegiada. A comienzos de los años cuarenta del siglo pasado, escribió que aquella “está haciendo caducas muchas de las fronteras que cerrara el pretérito, hemos llegado a un momento de la Historia en que, efectivamente, nada de lo que atañe al hombre, nada de lo que él piensa y realiza, puede sernos ajeno.”
Para Picón Salas, el final de la Segunda Guerra Mundial debía producir un cambio profundo de la política. Y esto, en lo económico, tendría que significar un “plan para el continente”. A los países latinoamericanos correspondería, según él, crear confederaciones: “seguramente llegaremos de una aislada economía de naciones a una economía hemisférica”.
Sin embargo, a juicio de él, uno de los problemas de mayor tensión en la cultura americana era que en el área del continente dos familias de pueblos se veían como vecinos recelosos, y que a pesar de estar vinculados por el comercio y la contigüidad geográfica, tenían pocos deseos de comprenderse.
Este desencuentro conducía a olvidar la misión común de América, “aquella teoría de la concordia y esperanza del Nuevo Mundo”, que acercó el pensamiento emancipador de las dos Américas y que hizo dialogar a Jefferson y Miranda. El “arielismo” de Rodó, por tanto, no era una opción para Picón Salas, toda vez que aquel con su planteamiento irreconciliablemente antagónico entre las Américas -el supuesto espiritualismo latino versus el materialismo anglosajón- no ofrecía una solución.
Para este venezolano, tanto en el Norte como en el Sur del continente, se habrían frustrado y desviado en demasía la ideología y el legado moral de los founding fathers. La misión común de los países americanos plantearía la necesidad de recuperar “la voluntad totalizadora” y desechar los prejuicios y la “incapacidad de elevarnos sobre las ruinas y convenciones de la propia tribu”. Apoyó la idea de que era posible el intercambio y la complementación con la América anglosajona. Insistirá: “En ese campo de la comprensión ecuánime es no sólo posible, sino urgente, que las dos porciones de América se aproximen y colaboren en una justa organización del mundo; que el desarrollo técnico de los Estados Unidos y la riqueza potencial de Hispanoamérica participen en la empresa de un orden continental más próspero y permanente.”
Mariano Picón Salas y Joe Biden. Dos tiempos. Dos orígenes culturales. Uno hispanoamericano, el otro angloamericano. Sin embargo, convergentes en una misma visión sobre lo que deberían ser las relaciones hemisféricas, que no siempre fueron armónicas, y más bien marcadas, por la desconfianza y el resentimiento.
Por cierto, el campeón de la democracia que fue Rómulo Betancourt, amigo cercano de Don Mariano, respecto de las relaciones con Norteamérica, tenía también los pies sobre la tierra. Frente al “gigante de la familia”, decía, cordialidad sin sumisión, firmeza sin desplantes. Sabias palabras, de vigencia presente, sin duda.
Ojalá y los tiempos por venir nos traigan más cooperación e integración a nuestro hemisferio. Lo necesitamos con urgencia. Sobre todo, cuando en su mensaje de los 100 días, Biden dice que “Estamos en competencia con China y otros países para ganar el siglo XXI”, y ya conocemos las andanzas de los chinos por esta comarca.
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