“Quién manda no va y quién va se queda”, solía enunciar mi abuela, a propósito de los “mal mandados”. Así vamos en una Venezuela donde diariamente se profundiza la fragmentación del Estado en más diminutos pedacitos, para, tomando como fuente nutricia intelectual la máxima maquiavélica de dividir para permanecer en el poder u obtenerlo, mantener a flote el régimen del terror.
De ese modo se han generado reinitos innumerables, sin contención. Es una especie de pirámide incomprensible, por enredada, cuya cúspide la dominan en paralelo dos gobiernos que el mundo mira de reojo. El del despotismo y el crimen más abyectos (al margen de la Constitución y desbaratando el Estado todo lo que le es posible) y el otro que pugna por unificar algún gobierno democrático, constitucional. En el primero calza toda una ristra inimaginable de “poderes” mínimos articulados en su desbaratamiento: los poderes públicos, encabezados por una espuria Asamblea Nacional desconocida por el mundo tanto como a lo interno, esa que lucha por legitimarse boqueando diariamente. Un TSJ servil al régimen, un CNE que cambian para permanecer en el cumplimiento de las órdenes rojas y los demás, como el Poder Moral, postrados sin responder (imposible).
Tenemos también al mando una Fuerza Armada Nacional con muchos colgajos, pero incapaz de contener en su infiltración, a la guerrilla colombiana esparcida por el territorio. FAN humillada en Apure, con muertos, con morteros explotando solos, con minas colocadas no por arte de magia de alguna “hechizada” en sus narices. Que no controla ni las armas ni el territorio. Pero luce engalanada de sus uniformes con pesada carga histórica; todo un podercito desmoralizado que trata (¿Si?) de contener con tibieza el avance de la guerrilla esparcido en Venezuela y otras vulnerabilidades del Estado.
Pero, peor, mandan los malandros con permiso. Bien sea en la Cota 905, en La Vega, en Petare, o los pranes encarcelados. También los Colectivos. Poderes bajo poderes. Lideran sus zonas a punta de armas, de informantes, de dólares, de tecnología. Un Estado que admite o propicia la territorialidad de bandas que actúan con libertad indolente es un Estado desconstituido en la realidad práctica, que no puede o no quiere ser controlado, sujetado, por las fuerzas públicas. Más terror, más intimidación para el ciudadano desprevenido. Con la idea de irreversibilidad como marca para la desesperanza por el cambio.
Y se viene el mandato del Poder Popular, como para remate, en las comunas. Las ciudades comunales. Voceros y voceras dirán ellos, vocingleros, que decidirán sobre la propiedad, sobre la justicia, sobre los gastos y obras a ejecutarse en algunos sectores municipales o no, de gobernaciones o no. Más parcelamiento sobre lo parcelado. Más riesgo a la propiedad privada, a la intimidad, al resguardo personal.
En resumen: aquí no manda nadie. El Estado está deshecho a propósito, como han hecho, para desmoronarlo como han hecho, para que no haya control posible de nada, especialmente sobre la libertad de acción del régimen sin legalidad alguna, sin rendición de cuenta alguna a nadie. La reintegración del Estado y su control constitucional es tarea pendiente cuando finalmente acabemos con el marasmo impuesto por la “revolución” de Chávez, Maduro y sus acólitos perversos, terroristas todos. El 333, el 350, el TIAR, el R2P esperan cautos aun la hora de sus activaciones.
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