Las Pedradas: la aterradora realidad es que Venezuela se queda sin oxígeno

Parece la historia del Apollo XIII, pero es de hoy y sucede en esta Venezuela de desespero, en el que uno de cada tres tuits es una petición de servicio público para ayudar a alguien a superar el Covid-19. 

La palabra más buscada este domingo en este país en Google era “oxígeno”, como si no fuésemos seres que respiran de esta atmósfera de Semana Santa con frío por primera vez que yo recuerde, sino los astronautas que se tuvieron que conformar con ver la Luna de cerquita porque se les había dañado su nave espacial. 

Cada tuit anunciando un gofundme es una denuncia, un grito, una botella (de oxígeno) lanzada al mar de la angustia en el que se ha convertido nuestro país en medio de la pandemia, que ahora sí llegó con toda su fuerza. 

Y cada vez son más risibles los partes que da el Ministerio de Comunicación (insisto: ¿por qué no el de Salud?), porque se quedan cortos ante lo que uno sabe de amigos, conocidos y extraños: la gente se está muriendo como pajaritos. 

Lo que estamos pagando no es solo el coronavirus, es mucho más.

Es la destrucción del sistema de salud venezolano, que ya era absolutamente precario en 1999; una tonelada de oro después, lo que queda del “modelo cubano” son unos consultorios hexagonales cerrados y uno que otro CDI por aquí y por allá. 

Los “influencers” y las malas influencias

En principio, ante la avalancha de peticiones públicas de ayuda, uno tiene que partir de la base de la presunción de buena fe. 

Suponer que todo el mundo está pidiendo dinero o ayuda porque realmente tiene una necesidad, más en un país, como ya dijimos, sin sistema público de salud, y en el que las consultas y exámenes médicos, además, tienen precios de primer mundo por la falta de oferta y el exceso de demanda. 

Por supuesto, uno en el fondo sabe que alguno se va a colar por ahí que haga una trampa. Lo procedente en esos casos es denunciar. 

Pero para denunciar, uno tiene que tener las pruebas concretas. Y por supuesto, saben que voy a llegar al caso de la muerte del comerciante y los dos “influencers” de Youtube que lo acusaron, días antes de fallecer (palabras más, palabras menos), de estar estafando a quienes tuvieran a bien donarle.

Pues resulta que David Capella murió, y ahora, bien pueden disculparse los que lo acusaron; pero después de ojo sacado no vale Santa Lucía. 

Quien se para ante una cámara, ante un micrófono, tiene que conocer el peso de las palabras. Un enorme poder, como le dijeron a Peter Parker, conlleva una enorme responsabilidad. 

Pero uno se pregunta qué hacen otros funcionarios que pretenden aprovechar el caso para que les sirva de excusa para apretar la censura; si esos funcionarios no estarían mejor investigando por qué el sistema de salud venezolano está como está, o por qué no se permite la entrada de unas vacunas absolutamente necesarias, apelando a una “comisión presidencial científica” de la que se sabe menos que la Sociedad de los Sabios de Sión.

Y es que en el fondo, donde falta libertad, termina faltando, literalmente, hasta el oxígeno.

Los límites del periodismo son la precitada presunción de buena fe, el no acusar a nadie sin pruebas, y el atenerse a la verdad. Mentir es aún peor que difamar, aunque difamar sea delito y mentir no (lamentablemente). 

Abran las ventanas para que entre aire.   

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